«Un mandamiento nuevo nos da el Señor, que nos amemos todos como Él nos amó».
Por: Diego Rodarte
La Visita de las Siete Casas es una de las tradiciones católicas del Jueves Santo que consiste en visitar siete iglesias para hacer oración frente al Santísimo Sacramento en recuerdo de que este día Jesús instituyó la Eucaristía, el Sacerdocio y el mandamiento del amor: «Ámense los unos a los otros como yo los he amado».
Este recorrido se realiza antes de la misa del Jueves Santo o bien, al término de la misma, cuando el Santísimo Sacramento se reserva en el monumento preparado para la ocasión.
La Visita de las Siete Casas se realiza en un ambiente de recogimiento y meditación sobre la entrega de Jesús y tiene como particularidad de ser un peregrinar que se hace en familia o bien, con amistades, convirtiéndose en un momento de fraternidad.
En cada iglesia se meditan uno de los siete momentos que vivió Jesús del cenáculo al Calvario:
La primera casa recuerda la salida del cenáculo al Huerto de Getsemaní, donde ora pidiendo al Padre lo libre de aquella amarga prueba y suda sangre, para después ser traicionado por Judas Iscariote.
La segunda casa recuerda el recorrido que hizo Jesús después de ser aprendido para comparecer ante el Sumo Sacerdote Anás.
En la tercera casa se medita el momento en que Jesús es juzgado por el Sumo Sacerdote Caifás, quien, acompañado por miembros del Consejo, condena a Jesús a muerte tras escuchar de sus labios que Él es el hijo de Dios.
La cuarta casa rememora el momento en que Jesús es llevado a casa de Poncio Pilatos para que ejecute la sentencia, pero este, al saber que Jesús es galileo lo remite al rey Herodes Antipas.
En la Quinta casa se medita sobre la comparecencia ante Herodes, quien repetidas ocasiones pide a Jesús obre algún milagro a cambio de su libertad, pero Jesús guarda silencio, convirtiéndose en objeto de mofas e insultos de parte de Herodes, quien lo devuelve a Pilatos.
La sexta casa recuerda la segunda comparecencia ante Pilatos, quien al reconocer la inocencia del nazareno ordena que lo azoten para dejarlo en libertad. Pero como era costumbre por ser la fiesta de Pascua dejar a un preso en libertad, el pueblo furibundo pide dejen libre al asesino Barrabás.
La séptima casa recuerda el momento en que Pilatos firma la sentencia de muerte y Jesús sale camino al Calvario cargando la cruz.
EL COLOR DEL JUEVES SANTO
Las expresiones populares no pueden faltar en estas fechas, es por eso que, además de los monumentos donde se expondrá el Santísimo, también se colocan altares adornados con frutas, trigo y copas de agua y vino en la que la imagen central es la última cena, o bien alguna imagen del Divino Preso.
Xochimilco es uno de los lugares dónde se pueden apreciar este tipo de altares en las 17 capillas que integran los 17 barrios más antiguos del Centro Histórico de esta demarcación. Al visitar cada capilla, los encargados ofrecen agua de limón con chía a los peregrinos, y tras dejar una limosna se regala pan y un poco de manzanilla en recuerdo de la institución de la Eucaristía.
Cada capilla tiene una particularidad este día, por ejemplo, la capilla de Santa Crucita desciende la imagen del Divino Salvador para colocarlo en una urna y exponerlo a la veneración y ofrece agua del pocito que ahí se conserva.
En las plazuelas de los barrios de la Asunción y Tlacoapa se ponen a la venta los tradicionales judas, toritos y muñecas hechos por cartoneros de los barrios, mientras que en la plazuela de San Antonio se colocan grandes matracas que se utilizan al enmudecer las campanas como un signo de duelo por la muerte del Redentor.
En lugares como Iztapalapa se tiene la costumbre de colocar los llamados «Huertos», en los que figura la imagen del Divino Preso. Estos huertos se levantan en las iglesias de los ocho barrios de Iztapalapa y se adornan con carrizos y palmas que simulan la cárcel dónde Jesús estuvo preso antes de ser sentenciado a muerte.
Tampoco pueden faltar las procesiones nocturnas, como la del pueblo de San Gregorio Atlapulco, en la que la organización de «Los Varones» después de una cena en la que participan niños vestidos de apóstoles y angelitos, salen por las calles del pueblo con la imagen del Padre Jesús por un lado y por el otro con la Virgen de los Dolores, para encontrarse poco después de la media noche y esperar la mañana del Viernes Santo.