Por: Diego Rodarte
El 27 de diciembre de 1907, por decreto del Arzobispo de México, Próspero María Alarcón, se declaró a San Antonio de Padua, Presbítero y Doctor de la Iglesia, como Patrón del pueblo de Tultitlán, ubicado en la parte norte-central del Estado de México, y que desde el siglo XVII rinde culto al llamado «Santo de todo el mundo» a través de una pintura cuyo origen está sustentado en la tradición oral.
Con la caída de Tenochtitlán, en 1521, el gobierno español inició la consolidación de sus instituciones por todo el territorio, comenzando con la primera etapa de la Evangelización, que llegó a Cuautitlán con los primeros franciscanos hacia 1532, extendiéndose por toda la región.
Tultitlán, que en náhuatl quiere decir «Sobre los Tules», fue parte del territorio evangelizado por los franciscanos, quienes alrededor de 1535 levantaron una capilla abierta, que fue dedicada desde sus inicios a San Lorenzo, Diácono y Mártir.
En la segunda mitad del siglo XVI, entre 1550 y 1586, la capilla abierta fue modificada para convertirse primero en el templo de San Lorenzo y posteriormente en el monasterio, que durante su construcción era atendido por un sacerdote y un lego.
En 1605, el templo de San Lorenzo fue elevado a parroquia y los franciscanos se hicieron cargo de su custodia, administrando los sacramentos y evangelizando a la población, impartiendo la doctrina y celebrando las misas en lengua Náhuatl, ya que era el idioma que hablaban la mayoría de los indígenas, por lo que los frailes se vieron en la necesidad de aprender esta lengua.
SAN ANTONIO LLEGA A TULTITLÁN

Existen varias versiones que se han transmitido por generaciones de como llegó el cuadro de San Antonio a Tultitlán en el siglo XVII, ubicando la fecha de su llegada entre 1645 y 1650.
Una de las versiones sobre como inició el culto a San Antonio en Tultitlán, cuenta que en donde ahora se ubica el juzgado, existió una capilla donde guardaban todos los objetos que no estaban en buenas condiciones. Cierto día, el sacristán que acudía a hacer el aseo, escuchó una voz que le decía: «si no sacan este cuerpo de aquí, me voy». Entre los objetos que había se encontraba la imagen de San Antonio de Padua, borrosa por el paso del tiempo, pero el sacristán advirtió que tenía gotas de agua y pensó que al regar el suelo para barrer había salpicado la imagen.
Varias veces le contó al señor cura lo que acontecía, pero este no le creía. Ante la insistencia del sacristán, el cura fue a la capilla y constató que efectivamente la imagen estaba sudando, por lo que creyó conveniente sacarla de ahí y llevarla a la parroquia para darle culto.
Otra versión refiere que unos indígenas provenientes del norte del país, traían enrollada y sin marco la imagen de San Antonio para restaurarla en la Ciudad de México, y se quedaron de paso en la parroquia de Tultitlán. A la mañana siguiente, el párroco guardián de Tultitlán le pidió a los indígenas que les mostrara la imagen, y al desenvolver el lienzo, vieron con sorpresa que ya estaba restaurado.

Contentos por aquel prodigio, los viajeros dispusieron sus pertenencias para regresar a su pueblo, pero llegando a un punto del camino en el extremo del pueblo, el burro donde transportaban el lienzo ya no quiso caminar; los indígenas intentaron continuar su viaje por varios caminos, pero al intentar salir de Tultitlán ocurría lo mismo, así que decidieron dejar la imagen en el pueblo.
Una tercera versión dice que fueron unos frailes los que llevaron la imagen a restaurar a Tultitlán, pero no regresaron a recogerla, por lo que San Antonio se quedó en el lugar.
Una tradición más dice que la imagen de San Antonio apareció en un paraje cercano a Tultitlán, y tras haber sido encontrada fue llevada a la parroquia de San Lorenzo por orden del párroco. Tiempo después, llegaron a Tultitlán unas personas vecinas de un pueblo llamado San Antonio y al ver la imagen, la reclamaron diciendo que era el santo patrón de su pueblo, los de Tultitlán accedieron a que se la llevaran y tiempo después, el cuadro volvió a aparecer en el mismo paraje donde fue encontrado, quedándose definitivamente en Tultitlán.
Una variante de esta versión cuenta que al intentar llevársela por varios caminos, no pudieron hacerlo porque cada vez se ponía más pesada, y ante la imposibilidad de sacarla, la dejaron en Tultitlán.

La versión sobre el hallazgo de la imagen se repite con algunas variantes, por ejemplo, que el párroco y el sacristán paseaban cerca de un tular que se encontraba en el extremo poniente de la plaza, cuando se percataron que algo brillaba, pero no hicieron caso. Tiempo después volvieron a ver el mismo brillo en el Tular y al acercarse a ver de que se trataba, encontraron el lienzo doblado y lo llevaron al templo.
Una versión más explica que fueron unos campesinos los que encontraron el lienzo enrollado en un tular cercano a un ahuehuete, lo recogieron y lo encargaron al párroco, pero no volvieron. La última versión dice que en el mismo tular se escuchaba el llanto de un niño y que al acercarse los campesinos, encontraron la imagen de San Antonio y supusieron que era el Niño Dios que carga el santo el que estaba llorando.
Sea cual sea el origen de la imagen de San Antonio, lo cierto es que pronto ganó el cariño y la devoción de los fieles de Tultitlán, quienes la tenían por imagen milagrosa, construyendo una capilla más suntuosa que el templo de San Lorenzo para darle culto.
No se sabe la fecha exacta en que se pintó la imagen de San Antonio de Padua venerada en Tultitlán, ya que no está firmada ni se ha encontrado rúbrica. Lo que sí es seguro es que debió ser un pintor de academia, pues la imagen está trazada siguiendo un patrón geométrico, por medio del cual se hacen resaltar los detalles más importantes, lo que indica que se debió pintar en la primera mitad del siglo XVII.
CULTO A SAN ANTONIO

Con el paso del tiempo, la devoción a San Antonio de Padua en Tultitlán fue creciendo, especialmente por la cantidad de favores que concedía a quienes pedían su intercesión. Se dice que el párroco Fray Antonio del Villar fue quien impulsó el culto a San Antonio y a su muerte, ocurrida en 1742, dejó a su hermano Diego del Villar una casa que tenían en Tultitlán, para que de las rentas se pagara cada año una misa a San Antonio por su eterno descanso.
Otro dato importante sobre el culto a San Antonio son los objetos registrados en un inventario de la parroquia, elaborado el primero de noviembre de 1774, en el que se menciona una palma y una diadema de plata que estaban colocadas sobre la imagen de San Antonio, una lámpara de plata de tres cuartas de alto que ostentaba en la capilla del santo, siete cuadros con milagros, un lienzo con otro milagro, y 16 milagros de plata en su altar, entre otros objetos que seguramente fueron donados a manera de exvoto para agradecer los milagros concedidos por intercesión de San Antonio de Padua.
En 1777, el párroco de Tultitlán envió un escrito a la inquisición informando que en la capilla de la parroquia: «se venera una devota imagen de lienzo del señor San Antonio de Padua, a quien con especial afecto ocurren los fieles todos los de la comarca en sus necesidades, para su consuelo, y para el aumento de su culto, envié a la ciudad de México por algunos libritos que promuevan su devoción».

Hacia 1782, un vecino de Cuautitlán llamado Pedro Martínez, tenía fundada una capellanía en honor a San Antonio, y con el dinero que se juntaba se pagaban algunos gastos para la fiesta del 13 de junio. Por aquellos años, la señora María Manuela Perea Ibarrola y su hermano, el bachiller Luis de Perea ibarrolla, fundaron con cinco mil pesos una dotación perpetua de misas en Tultitlán.
Otro testimonio que da fe de los milagros del santo en Tultitlán, es un exvoto fechado el miércoles 5 de mayo de 1819, en el que un hombre llamado José Félix, agradece a San Antonio el haberlo salvado de un accidente, pues al estar tocando las campanas, cayó entre el muro de la torre y los andamios del templo en construcción, sin sufrir lesiones graves, a pesar de haber caído de una altura de 16 metros.
Además, en el pueblo existieron dos ermitas dedicadas a San Antonio, una estaba junto al camino Tlalnepantla – Cuautitlán, en el extremo poniente del barrio de la Concepción, y otra que aún se conserva en el barrio de Santiaguito, y aunque la imagen que resguarda no es exactamente la original, se dice que marca el lugar donde el burro que lo transportaba ya no quería caminar o se ponía pesado para no salir de Tultitlán.


También se cuenta que en tiempos de la epidemia de cólera, esta no pudo entrar a Tultitlán porque se topó con la imagen de San Antonio en la ermita, por lo que se desvió por el camino del sabino, acabando con el barrio de San Miguel.
Existe una tradición en la que se dice que a finales del siglo XIX y principios del XX, San Antonio tenía fama de «mata curas», esto, porque en aquellos tiempos, varios sacerdotes de Tultitlán fallecieron estando en funciones como párrocos, y gracias a documentos históricos se pueden conocer los nombres de los Presbíteros que fallecieron entre 1769 y 1910, coincidiendo con el tiempo en que se le dio esa fama a San Antonio.
Debido al deterioro de la antigua Parroquia de San Lorenzo, que ya era insuficiente para contener a los fieles que acudían a misa, por decreto del Arzobispo de México, Próspero María Alarcón, el segundo templo de San Antonio, construido alrededor de 1731 y concluido tras diferentes etapas a finales del siglo XIX, fue elevado a Parroquia, quedando el pueblo de Tultitlán bajo el patrocinio de San Antonio de Padua.
LA FESTIVIDAD

La fiesta de San Antonio de Padua en Tultitlán, el 13 de junio, llegó a ser la más importante del norte del actual Estado de México, contando con la presencia de visitantes y comerciantes de la Ciudad de México, y de otros estados de la República Mexicana. Existe la referencia de que en los años cuarenta llegaba un furgón de ferrocarril que era desenganchado en la estación Cuautitlán, el cual venía lleno de canastas de vara que se vendían en la fiesta y eran traídas desde el pueblo de Bernal, en Querétaro.
En la actualidad, cientos de peregrinos llegan a la Parroquia de San Antonio Tultitlán, la mayoría de ellos, para agradecer algún favor concedido por intercesión del santo y cuya gratitud se manifiesta en las ofrendas florales que adornan el templo el día de la fiesta, por ejemplo, los arreglos florales elaborados con jarilla y claveles de cerca de dos metros de altura que ofrece la familia Verona, procedente del barrio de San Marcos en Azcapotzalco, tradición que inició en los años veinte del siglo pasado y que ha perdurado por tres generaciones. Otro arreglo floral era una portada de cinco metros de altura que era colocada por vecinos del barrio de Belem de Tultitlán y otra portada de siete metros de altura donada por los vecinos del barrio de Santiaguito.
Una de las tradiciones de mayor arraigo es la celebración de la trecena, que se lleva a cabo precisamente los primeros trece días de junio que se reparten entre los barrios y diferentes organizaciones para que se encarguen del repique de campanas e inviten a los vecinos a participar en la celebración de la misa y al que se unían los llamados «pueblos altos» que pertenecían a las jurisdicciones civil y parroquial de Tultitlán.

En los últimos años, y como parte de la tradición, las comunidades que participan en el trecenario, llevan de visita a la Parroquia de San Antonio las imágenes de sus patronos titulares, como una forma de hermanamiento entre capillas y parroquias.
El 13 de junio inicia con las tradicionales mañanitas en honor a San Antonio de Padua y durante el día se celebran misas cada hora, siendo la más importante la Misa Solemne de la fiesta presidida por el obispo de la Diócesis de Cuautitlán. Por la tarde se realiza una procesión por el atrio de la parroquia, mientras se reza el Santo Rosario y se da la bendición a los barrios de Tultitlán, concluyendo la festividad con la quema de pirotecnia en honor a San Antonio.
Debido a la contingencia sanitaria por la propagación del coronavirus, durante el año 2020 se suspendieron los festejos y en 2021 se ajustaron a la nueva normalidad, por lo que las danzas y otras expresiones de fe que se llevaban a cabo en el atrio, se realizaron de manera simbólica y con un aforo reducido de fieles comparado con años anteriores.
Uno de los actos que dio realce a la celebración, fue la Quinta Cabalgata en honor a San Antonio de Padua de la Asociación de Charros Regionales de Tultitlán, que en esta ocasión, en número reducido, acudieron a entregar el estandarte de San Antonio y una ofrenda floral que colocaron a los pies de San Antonio de Padua.

Como testimonio de los milagros atribuidos a San Antonio de Padua en Tultitlán, en el claustro del antiguo convento se colocaron los hábitos cargados de milagritos que los fieles dejan como testimonio de gratitud, así como listones con 13 monedas, que de acuerdo a las creencias populares, las personas solteras que están en busca de pareja, piden una moneda a 13 personas solteras para ofrecerlas a San Antonio y pedirle su ayuda para encontrar el amor. Por otro lado, la imagen peregrina fue colocada en una capilla que a lo largo del día se iluminó con decenas de veladoras que los fieles colocaron como símbolo de fe y esperanza.
Durante el día, una larga fila de fieles pasó frente a la imagen de San Antonio para agradecer los favores recibidos y pedir por el fin de la pandemia, todo esto bajo los protocolos sanitarios establecidos y con la fe puesta en San Antonio de Padua, santo que en vida obtuvo grandes milagros, combatió la herejía, fue un gran predicador y favoreció a los más desprotegidos, por lo que en tiempos de pandemia, su poderosa intercesión es un medio que alienta la fe del pueblo que espera que las celebraciones en su honor se realizan con normalidad el próximo año.
FUENTE: Córdoba Barradas, Luis. SAN ANTONIO DE PADUA, PATRÓN DE TULTITLÁN, PRIMER CENTENARIO, 1907-2007. México, 2007.
Agradecimientos:
Pbro. Juan Benítez Calderón, Párroco de Tultitlán.
Pbro. José Alejandro Ramírez Basilio, Vicario Parroquial.
Diego Daniel Juárez Torres, Diácono.
Agradecemos particularmente al seminarista José Luis Canales por el recorrido por el templo y los barrios de Tultitlán, así como por la información proporcionada para este reportaje.
Colaboración: Lic. Humberto Raí Ramírez Jiménez, Cronista Comunitario y R.P.