«Por dónde quiera qué extiendo la mirada no encuentro si no tu gran Misericordia…»
Por: Diego Rodarte
Desde hace más de cuatro siglos, el pueblo fiel de Tlalnepantla ha caminado en la fe bajo la sombra protectora del Señor de las Misericordias, una imagen de Jesucristo Crucificado que actualmente se venera en el retablo principal de la catedral de Corpus Christi y que es considerado el Patrón de Tlalnepantla, por reunir en torno a sus festividades a los pueblos de la Sierra de Guadalupe, que lo consideran su protector.
Con la construcción del templo de Corpus Christi, en el siglo XVI, los frailes franciscanos adquirieron una serie de esculturas de manufactura ligera, entre ellas un crucifijo de grandes proporciones, elaborado con la técnica de caña de maíz, papel amate, colorín y tela, que de acuerdo a estudios realizados por especialistas fue elaborado entre 1570 y 1580, posiblemente en el llamado Taller de Cortés, ya que su confección coincide con la de algunos cristos de dicho taller que fueron enviados a España, aunque también existe la hipótesis de que pudo haber sido elaborado en el Taller de Artes y Oficios del Imperial Colegio de Santiago Tlatelolco.
Se dice que cuando el templo de Corpus Christi se encontraba en construcción, el crucifijo fue resguardado provisionalmente en la ermita de San Bartolomé Tenayuca y cuando concluyeron las obras, fue trasladado definitivamente al convento de Tlalnepantla.
Como parte de su tarea evangelizadora, los frailes franciscanos promovieron diferentes devociones, entre ellas la devoción al Cristo de la Misericordia, título que se le dio en sus inicios al Cristo venerado en el convento de Tlalnepantla.


Como parte de esta devoción, la tarde de los Viernes de Cuaresma se oficiaban misas cantadas en honor al Señor de las Misericordias, en las que participaban los otomíes de Teocalhuéyacan y los mexicanos de Tenayuca; ambas parcialidades pagaban sus respectivas misas, mientras que otras eran pagadas por Fiscales, que se encargaban de cuidar que el culto cristiano se desarrollara debidamente.
En 1666, el templo de Corpus Christi sufrió un incendio que destruyó una gran parte de la iglesia, consumiendo pinturas y documentos que se encontraban resguardados, incluso la cruz del Señor de las Misericordias fue consumida por el fuego, mientras que la corona de espinas con potencias y los clavos que sujetaban la imagen sufrieron quemaduras leves, pero la escultura del Señor de las Misericordias no sufrió mayor daño, lo sorprendente es que en la espalda del Señor comenzaron a salir una especie de llagas, como si fueran ámpulas en carne viva; ante este prodigio se le empezó a llamar al Cristo «El Señor de las Ampollas» y la devoción comenzó a crecer entre los habitantes de la Tierra de en medio.
Estas heridas eran visibles y los fieles podían pasar a besarlas el día de la fiesta, después de la procesión, cuando el Señor era tendido al pie del presbiterio para su veneración, esto hasta la década de 1980, cuando el Señor fue restaurado y las ámpulas fueron borradas de su cuerpo.
Tras el incendio, el templo fue reconstruido y en 1689 se construye la capilla para el Señor de las Misericordias, actualmente conocida como la capilla del Santísimo Sacramento, en la que aún se conserva el retablo en el que estuvo entronizada la imagen y que fue construido por el segundo Párroco de Tlalnepantla, Don Sebastián de Iturralde, quien fuera un gran devoto del Señor de las Misericordias y que escribió la novena de preparación de la fiesta del Jueves de las Ascensión, dedicada al Señor de las Misericordias.

Para 1786, la devoción al Señor de las Misericordias se empezó a extender por toda la comarca; ya para entonces, era costumbre que los pueblos de Tlalnepantla acudieran en procesión a la Parroquia de Corpus Christi para participar en el novenario del Señor de las Misericordias. Todavía en la segunda mitad del siglo XX, los pueblos acudían en peregrinación al novenario, y era una tradición que los niños acudieran vestidos con trajes indígenas para la fiesta del Jueves de las Ascención, como para la fiesta de Corpus Christi, cuando los pueblos eran acompañados por los Patronos titulares de sus comunidades.
En la actualidad se sigue llevando a cabo el novenario de preparación, y aunque en menor cantidad, sigue habiendo participación de los pueblos, mientras que la fiesta se trasladó al Domingo de la Ascensión del Señor, día en que en la Catedral se viste de fiesta, pues desde muy temprano se entonan las tradicionales Mañanitas y se lleva a cabo una Misa Solemne a la que acuden fieles de varios lugares, que se suman a la procesión de la sagrada imagen por las principales calles de Tlalnepantla.
Es tradición que para esta fecha, el Señor baje de su retablo al presbiterio para hacer el cambio de cendal y entronizarlo para presidir la fiesta patronal.
LAS MISERICORDIAS DEL SEÑOR

Para los fieles de Tlalnepantla, sentir la protección del Señor de las Misericordias los fortalece en los momentos difíciles, pues han hallado en la sagrada imagen un refugio y un consuelo en situaciones que los aquejan de manera particular o como comunidad, manifestándose su misericordia de formas que muchas veces sorprende hasta a lo más incrédulos.
En 1915, durante los enfrentamientos entre carrancistas y zapatistas, los carrancistas intentaron destruir la ciudad en donde estaban acuarteladas las tropas zapatistas y lanzaron desde San Pedro Barrientos varios carros de ferrocarril cargados de dinamita. Uno de los trabajadores de las vías se dio cuenta de la situación y se encomendó al Señor de las Misericordias, abrió las vías en las afueras de la ciudad, de modo que los vagones explotaron en los llanos, sin que el templo y la población sufrieran algún daño ante la terrible explosión.
Ese mismo año, los carrancistas saquearon la ciudad, sin que hubiera víctimas mortales, lo que fue considerado un milagro del Señor de las Misericordias.
El Milagro del tren se celebra el 27 de diciembre, fecha en que el Señor vuelve a bajar de su retablo al presbiterio y suele ponerse un cendal blanco sobre el paño de pureza pintado en la imagen, y también se realiza una solemne procesión por las calles para recordar este acontecimiento.

Otro prodigio tuvo lugar en 1918 durante la pandemia de «Influenza Española», que azotó a Tlalnepantla, causando la muerte de familias enteras. Entre los muertos se encontró a una mujer, madre de varios hijos; ella era tan pobre que la enterraron en un petate ya que no tenían dinero para comprar un féretro. Al día siguiente, la mujer regresó a su casa con vida, causando gran sorpresa entre sus familiares y vecinos, que atribuyeron este prodigio al Señor de las Misericordias, a quien fueron a ver para pedirle que cesara la peste. Se dice que a partir de entonces, la influenza comenzó a ceder y no hubo más muertos por esta enfermedad.
Existen muchos otros testimonios que dan fe de la misericordia que el Señor tiene para sus fieles, y aunque no están registrados históricamente, no dejan la menor duda de que Jesucristo sigue poniendo su Sagrado Corazón en la miseria humana.
Agradecimientos: Humberto Raí Ramírez Jiménez, Cronista Comunitario y R.P.