«Hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarlo».
Por: Diego Rodarte
La fiesta de los Reyes Magos, llamada «La Epifanía» traducida del griego como «manifestación», se celebra el 6 de enero en diferentes partes del mundo, aunque en el calendario litúrgico se celebra el domingo siguiente a la Octava de Navidad y nos recuerda el misterio en que tres reyes venidos de oriente, guiados por una estrella, llegaron a Belén para adorar al Niño Dios.
El Evangelio de San Mateo nos narra que los magos llegaron a Jerusalén en busca de un nuevo Rey que acababa de nacer, y pensando que lo encontrarían entre la nobleza, se encaminaron al palacio del rey Herodes.
Cuando Herodes se enteró de la existencia de un futuro rey, se turbó pensando que le quitaría el poder y con la intención oculta de aniquilar al niño, llamó a los reyes y les pidió que una vez que lo encontraran, regresaran para informarle donde se encontraba para que también él pudiera ir a adorarlo.
Los reyes salieron de ahí y siguieron de nuevo la estrella que se detuvo sobre la gruta donde había nacido Jesús. Al entrar encontraron al niño con su madre y acercándose al pesebre con profundo respeto, se postraron frente al niño para adorarlo y le ofrecieron tres regalos: oro para reconocer al Rey de reyes; incienso, que sólo se utilizaba en los templos y con el que reconocían a aquel niño como Dios; y mirra, que se utilizaba para embalsamar a los muertos, significaba que ese niño era Dios y Rey, pero se hacía hombre para morir por la humanidad.
Advertidos en un sueño que no deberían regresar con Herodes, los reyes partieron por otro camino a su tierra. Así se cumple la profecía del profeta Isaías en que el Mesías se revela incluso a los paganos como luz de la naciones, invitando a judíos y no judíos a ser parte del plan de salvación que Dios había prometido.

Las Sagradas Escrituras no mencionan el nombre de los Reyes Magos, pero un mosaico realizado a mediados del siglo IV que se conserva en la iglesia de San Apolinar Nuovo, en Rávena Italia, aparecen sus nombres por primera vez de acuerdo a la tradición latina: Gaspar, Melchior y Balthassar.
Gaspar es un nombre de origen persa y proviene de Kansbar que significa «Administrador del Tesoro». Baltasar de origen Asirio, es una variante del nombre Belsasar y significa «Dios protege al Rey», mientras que el nombre de Melchior tiene un origen desconocido.
Otro dato importante es que no eran reyes precisamente, sino magos, es decir, sacerdotes o sabios de origen persa o babilonio que estudiaban las estrellas en su deseo de encontrar a Dios.
La tradición refiere que después de la resurrección de Cristo, el Apóstol Tomás viajó al Oriente, donde se encontró con los Magos, les enseñó todo lo predicado por Cristo, los bautizó y los convirtió en Obispos de sus respectivas ciudades. Algún tiempo después, mientras predicaban el Evangelio en la India, Gaspar y Baltasar sufrieron el martirio a manos de unos crueles idólatras. Melchor logró huir de la muerte y se encaminó a la India oriental, para refugiarse en la ciudad de Cangranora. Una vez ahí fundó la ciudad de Caleencio y erigió un templo en honor y gloria de la Virgen María y su hijo Jesucristo.
En el siglo IV, los restos de los tres Reyes Magos fueron trasladados a Constantinopla y posteriormente a Milán. En 1164, el emperador Federico Barbarroja las donó al Obispo de Colonia, en Alemania, donde, en 1248, se construyó en su honor una catedral Gótica, donde se conservan sus restos en un magnífico relicario.

A los Reyes Magos se les empezó a representar en las catacumbas durante los primeros siglos del Cristianismo. Aquellos magos de países lejanos simbolizaron a toda la humanidad que reconoce al Rey de reyes, por eso se les suele representar con las tres edades: jóven, adulto y anciano; o con diversos tonos de piel: rubio, blanco o moreno.
Otras tradiciones les dan a los Reyes Magos otros nombres:
- La tradición Siriaca: Kagpha, Badadilma y Badadakharida.
- La tradición Griega: Appeliccon, Amerín, Damascón.
- La tradición Hebrea: Magalath, Galgalath, Serakin.
- La tradicón Etíope: Ator, Sater, Paratora.
Al ser venerados como mártires, la Iglesia Católica les concede el título de los Santos Reyes y los celebra cada 6 de enero, fecha que llena de alegría el corazón de los niños que desde un día antes les escriben cartas llenas de ilusión y esperanza, con el anhelo de recibir un regalo de parte de ellos como lo hicieron con el Niño Jesús.
Varios pueblos y comunidades en México y el mundo están bajo su Patrocinio, como el pueblo de Los Reyes en Coyoacán, el Barrio de los Reyes en Culhuacán, Los Reyes Acozac en el Estado de México, entre mucho otros, que con grandes ferias celebran la memoria de aquellos que reconocieron al Salvador del mundo entero.
LA ROSCA DE REYES

Durante la Edad Media la Iglesia intentó acabar con la fiesta de los locos, una celebración invernal de origen pagano en el que se elegía a suertes un rey de los tontos u obispo de mofa. Estas antiguas prácticas han perdurado de algún modo en dos elementos de nuestra Navidad actual: las bromas del Día de los Inocentes y la Rosca del Día de Reyes.
La Rosca de Reyes tiene su origen en la Edad Media en países Europeos como Francia y España, donde las tartas o pasteles forman parte de las celebraciones navideñas en muchas regiones. En el siglo XV se introdujo en Bélgica la tradición de comer un pastel en forma octagonal que llevaba en su interior una semilla de haba o frijol, y a quien le tocaba en su rebanada era considerado el invitado de honor.
La costumbre consistía en que un niño dividía la tarta, llamada el gateau de roi (pastel de rey), en trozos iguales para cada uno de los habitantes de la casa, señores y sirvientes juntos. A quien le tocaba el trozo que contenía el haba era nombrado Roi de la Fave, el «Rey del Haba», y durante ese día era el protagonista de una fiesta donde se comía y bebía en abundancia.
En el siglo XVI, en Francia, se introdujo la costumbre de comer el día de la Epifanía un pan de forma octagonal con la semilla escondida, pero quien recibía la semilla debería hacer un compromiso o preparar una fiesta, por lo que la gente se la comía discretamente sin decir nada, esto hizo que se cambiara la semilla por objetos no comestibles como anillos o dedales.
En el siglo XVIII, cuando el rey francés Luis XV era todavía un niño; un cocinero de la corte quiso agasajarlo introduciendo como sorpresa en un roscón una moneda de oro (hay quien dice que en realidad fue un medallón de oro y rubíes). La idea se extendió y desde ese momento, el haba pasó a ser olvidada, ya que el premio deseado era el que tenía más valor económico.

Felipe V, nieto de Luis XIV, llevó a España la costumbre de celebrar la Epifanía igual que en su país de origen, llevando consigo el Roscón de Reyes. Fue ahí donde, por primera vez, se cubrió el pan con frutas escarchadas y se escondió una pequeña imagen del Niño Jesús de porcelana en su interior como representación lúdica del episodio de la huida y el necesario encubrimiento de Jesús para evitar que cayera en manos de Herodes.
Con el tiempo, en España se le dio al pan la forma de una corona que se ofrece al Niño Dios reconociéndolo como el Rey de reyes. Los misioneros que llegaron a México, incorporaron la rosca en la celebración del 6 de enero y se convirtió en una de las tradiciones más representativas de nuestro país.
La forma redonda u ovalada de la rosca de Reyes representa el amor eterno de Dios que no tiene principio ni fin, los fragmentos multicolores de fruta cristalizada representan las joyas. Como se mencionó anteriormente, la figurita del niño escondido, recuerda que María y José escondieron al Niño Jesús para salvarlo de la matanza de los inocentes ordenada por Herodes y el cuchillo con el que se corta representa la espada del sanguinario rey.
La tradición mexicana afirma que quien encuentra al Niño Dios es porque tiene un gran corazón y una gran generosidad, por eso debe hacerse cargo de cuidar la imagen del Niño Dios hasta el dos de febrero y ofrecer la típica tamalada del Día de la Candelaria.
Con la fiesta de los Santos Reyes culminan las celebraciones propias de la Navidad, aunque el calendario litúrgico marca el fin del tiempo de Navidad el domingo siguiente a la epifanía, con la fiesta del Bautismo del Señor en que Jesús se manifiesta como el Hijo muy amado del Padre, para después revelarse frente a sus discípulos con el primer milagro en las Bodas de Caná.