«Una lágrima se evapora, una flor se marchita, pero una oración la escucha Dios».
Por: Diego Rodarte
Juchitepec, Estado de México
La celebración del Día de Muertos es una celebración llena de color y alegría que mitiga el dolor de la pérdida de un ser querido, pues desde la fe del mexicano, Dios concede a las almas de nuestros seres queridos un permiso especial para visitar a sus deudos en estos días en que el recuerdo de aquellos que se nos adelantaron en el camino a la eternidad nos hace sentir su cercanía a pesar de ya no contar con su presencia física.
De acuerdo con la tradición, transmitida de generación en generación, las ánimas de los fieles difuntos realizan un largo viaje para encontrarse con sus familiares, y en el pueblo de Juchitepec se preparan con un novenario para recibir a aquellos que murieron en el transcurso del año y que harán este viaje por primera vez, a quienes los pobladores llaman «los muertos nuevos».
El ritual comienza el 24 de octubre, cuando da inicio el novenario a los Fieles Difuntos; ese día se coloca una mesa en el sitio donde el cuerpo fue tendido, es decir, donde fue velado durante una o dos noches por sus familiares el día de su muerte. Sobre esta mesa se coloca una sábana blanca especial para los difuntos, esta puede ser deshilada o sencilla, y en el centro de la mesa se coloca un crucifijo rodeado por cinco veladoras, una por cada llaga de Cristo Crucificado. También se colocan cuatro cirios que recuerdan los cuatro Evangelios que iluminan el camino del difunto.
En este altar también se colocan flores y si la familia así lo quiere, se pone la fotografía del fallecido. A la entrada de las casas se pegan letreros invitando a los vecinos a ser participes de los rezos y durante nueve días consecutivos se reza el Santo Rosario acompañado con oraciones, jaculatorias y alabanzas propias para los Fieles Difuntos que también se entonan durante los funerales y la levantada de cruz.
Lo peculiar de este acto de devoción a las ánimas, es que en el pueblo de Juchitepec se realiza un novenario por «muerto nuevo», por ejemplo, si en una casa fallecieron dos personas en el transcurso del año, se realizan dos rosarios, uno por cada alma, sumando dos novenarios completos que concluyen la tarde del 1° de noviembre.
Al final de cada rezo, la familia comparte una merienda con los vecinos y a modo de ofrenda, se coloca un plato con comida sobre la mesa donde se vela el crucifijo en memoria del difunto. Cabe destacar que los vecinos de Juchitepec acuden hasta a tres rosarios en una sola noche, dependiendo de la cantidad de «muertos nuevos» que haya habido en el transcurso del año y del tiempo, pues los rezos se realizan entre las 06:00 de la tarde y las 08:00 de la noche.
LAS OFRENDAS

La creencia indica que a las 03:00 de la tarde del 28 de octubre comienzan a llegar las primeras ánimas, en este caso las de quienes fallecieron por alguna desgracia, ya sea por accidente, asesinato o suicidio, por esta razón se empiezan a colocar las ofrendas o altares de muertos con la comida favorita del difunto, sus pertenencias, abundantes flores de cempoalxóchitl y por su puesto el pan de muerto y las calaveritas que adornan la ofrenda, todo esto aparte de la mesa en la que se realiza el novenario.
La tarde del 29 de octubre se dedica a los no nacidos, mientras que la tarde del 30 de octubre se recuerda a los que murieron antes de ser bautizados y la tarde del 31 de octubre se recuerda a los niños bautizados hasta los 12 años. En estos altares es común ver dulces, pero llama la atención la presencia de animalitos de barro con un silbato, jueguete con el que las ánimas de los «ángelitos» se divertirán durante su estancia en los hogares que los cobijaron en vida.
A las 03:00 de la tarde del 1° de noviembre, los habitantes de Juchitepec recuerdan a los muertos grandes, por lo que la ofrenda es abundante, principalmente para aquellos que llegan por primera vez del más allá. Mientras las ánimas de los fieles difuntos se encuentren en los hogares nadie puede tocar un solo elemento de la ofrenda.
LA LLORADA DEL HUESO

Una vez concluidos los novenarios correspondientes, la tarde del 1° de noviembre, fiesta de Todos los Santos, los rezanderos del pueblo, quienes tienen el oficio de realizar los ritos y oraciones propias durante los funerales, se dan cita en casa de los «muertos nuevos», pues tienen la misión de rezar el Santo Rosario en nueve casas diferentes como sufragio para las ánimas al mismo tiempo que cada familia es visitada por nueve rezanderos, a esta tradición se le conoce como «La llorada del hueso» haciendo alusión al esqueleto del finado.
Cada rezandero va acompañado por un grupo de gente y en cada casa se ofrece una merienda o un aperitivo a los visitantes, mezclando la solemnidad con la fiesta, pues recordar a los muertos es celebrar la vida. Este ritual de los nueve rosarios concluye entre las 02:00 y las 4:00 de la mañana del 2 de noviembre, y si por alguna razón el rezandero no completó el número de casas requeridas, debe acudir a la capilla del Señor de las Ánimas, a quien velan durante toda la noche con motivo de su fiesta, o bien, a la capilla del panteón del pueblo para terminar con los rosarios faltantes.
La mañana del 2 de noviembre, los pobladores se dan cita en el panteón para limpiar las tumbas de sus seres queridos para después enflorarlas con cempoalxóchitl. Terminadas las faenas en el cementerio, las familias regresan a sus casas para despedir a los muertos que partirán a las 03:00 de la tarde de regreso al más allá.
Después de esta hora, comienza la calavereada por las calles del pueblo, pues una vez que los difuntos regresan a La Casa del Padre, se puede compartir la comida de la ofrenda, principalmente a los niños que llegan a rezar a las casas pidiendo calaverita en medio de un ambiente festivo y lleno de nostalgia por el recuerdo de aquellos que, primero Dios, volverán al siguiente año.
La devoción de los novenarios es una práctica aprobada por la iglesia en la que los fieles se reúnen para obtener el favor de Dios, en este caso, para pedir por el alma del difunto, y por medio de esta devoción, Dios concede gracias abundantes a quienes practican debidamente estos actos piadosos en favor de los fieles difuntos.