La Dama Viajera: Nuestra Señora de las Angustias

«Tú conoces nuestras penas, penas de un pueblo que sufre…»

Por: Diego Rodarte

En lo que hoy es la Academia de San Carlos, en el antiguo callejón de Santa Inés, actual calle de La Academia, se encontraba el Hospital Real del Amor de Dios, fundado por Fray Juan de Zumárraga para atender a los llagados por el llamado «mal de bubas», que no era otra cosa que sífilis. Dicho hospital fue puesto bajo el patrocinio de los Santos Cosme y Damián.

En la bodega de este hospital, se encontraban olvidados varios objetos que habían sido desechados tanto del edificio como de su capilla, por lo que se podían encontrar cuadros de santos, vírgenes y lienzos con distintos temas religiosos, totalmente deteriorados en medio de cachibaches.

Uno de los sirvientes del hospital vio con dolor como esas imágenes estaban expuestas a tropiezos y desatenciones de los sirvientes, así que propuso al licenciado Juan Molano, sacerdote de vida ejemplar que habitaba en esa casa, que todos esos santos de lienzo como de bulto fuesen enterrados en algún lugar cercano a la iglesia.

Con la autorización del señor Mayordomo y Superintendente, el canónigo don Francisco Siles, se abrió un gran hoyo en uno de los claustros, que por su profundidad y anchura era capaz de contener las imágenes religiosas.

Al entierro concurrieron sin falta los servidores del hospital, y uno de ellos pidió al licenciado Molano que no echaran en el pozo una estatua de la Virgen María, al parecer una Dolorosa, que le había llenado los ojos con su hermosura y quería tenerla en su casa con toda veneración. El deseo le fue concedido a este servidor que tenía fama de hombre piadoso, bueno, apacible y sencillo; y para demostrar que había cumplido con su promesa, presentó a los directores la imagen muy bien ataviada con un lindo vestido de terciopelo negro, con bordados de plata que había labrado su mujer, excelente bordadora, y un largo manto con bordados exquisitos.

El hombre comentó que en su casa estaban muy contentos de tenerla y que noche a noche se juntaba toda la familia para rezarle el santo rosario y otras devociones.

Con el paso del tiempo, su esposa y sus hijas, observaron que la imagen amanecía a diario con el ruedo de la falda mojado y con lodo. El buen hombre dio cuenta al licenciado Molano de este acontecimiento que les quitaba el sueño y les traía agotados, pues nadie en su casa daba con la verdad de lo que acontecía.

El licenciado le respondió que aquello podía ser una figuración o fantasía, pero su mujer y sus hijas le replicaron que se trataba de un hecho tangible, pues después de secar y planchar la túnica, esta amanecía mojada al día siguiente, por lo que estaban convencidas de que se trataba de algún misterio que no alcanzaban a entender.

Pasaba el tiempo y a la imagen le aparecía todas las mañanas la falda mojada, llena de zarpas y lodo que con paciencia y temor aseaban las mujeres. Casi un año después, una mañana, llegó a la casa un indio que preguntaba con insistencia por la señora que ahí habitaba, que parecía ser viuda por el traje de luto que portaba, con largas tocas y manto negro.

Una y otra vez se le dijo al indígena que ahí no vivía ninguna mujer que usara esa vestimenta, pero el indio insistía que había visto a la mujer entrar en esa casa y que ardía su deseo por poder hablarle, ya que desde las seis de la mañana la venía siguiendo sin perderla de vista desde la lejana calzada de San Cristóbal, pero no había podido alcanzarla por más que apretaba el paso.

El indígena narró que la misteriosa señora tomó la calzada de Guadalupe para entrar en la ciudad, pasó de prisa por el barrio del Carmen, siguió la calle del Parque, y habiendo llegado al hospital de los bubosos, atravesó rápida por un costado el convento de Santa Inés y entró en aquella casa.

La esposa volvió a decirle a aquel hombre que aquella mujer de ropas lujosas no vivía en esa casa, que desde hace muchos años vivía ahí con su esposo y sus dos hijas en medio de la pobreza, y que aquello que vislumbraba posiblemente era un sueño, sin embargo, el indio no salía de su obstinación.

Después de una larga plática en la que no lograban ponerse de acuerdo, invitaron al indígena a entrar a su casa para convencerlo que ahí no habitaba ninguna dama con la indumentaria que él describía; pero apenas hubo atravesado la sala, el hombre miró emocionado la imagen de la Virgen enlutada, que sin lugar a dudas, era la señora elegante que había visto durante días por la polvorosa calzada de San Cristóbal y a quien seguía sin lograr darle alcance, y lo afirmaba de tal manera, que era creíble lo que decía.

Después de su trabajo por la mañana en el Hospital del Amor de Dios, el marido llegó a comer y encontró a su mujer y a sus hijas maravilladas por el relato de aquel indígena. El rumor de un prodigio en aquella casa, llamó la atención de más personas que acudía a escuchar lo que acontecía, y todos quedaron pasmados de admiración cuando el indígena añadió que había contemplado en repetidas veces en San Cristóbal, a esa dama sosteniendo con el hombro y con las manos una compuerta de la presa, que era la más vieja, y por tanto, la más peligrosa, ya que la fuerza de las aguas podían vencerla y la Ciudad de México quedara inundada, ya que aquel año de 1600, las lluvias habían sido abundantes y aumentaron considerablemente el nivel de la laguna.

Este suceso maravilloso no pudo mantenerse en secreto y se divulgó primero por el barrio y después por toda la Ciudad, y pronto, la casa era visitada por personas curiosas y devotos que iban a conocer y venerar la sagrada imagen que salvó a la ciudad de un peligro inminente.

Sin embargo, para la familia fue complicado lidiar todos los días con las grandes cantidades de gente que llegaban a su pequeña casa, considerando prudente llevar la imagen a una iglesia para darle el debido culto, así que la condujeron al templo de la Merced, y posteriormente al templo del Hospital del Amor de Dios, de donde procedía, y fue tal la cantidad de favores y milagros que hizo, que su altar estaba lleno de numerosos exvotos.

A la sagrada imagen se le dio el nombre de Nuestra Señora de las Angustias, porque a ella se encomendaban los enfermos de dicho hospital que eran sometidos a espantosas curaciones que les hacían para limpiarles la sangre del morbo gálico.

El 1 de junio de 1788, fue clausurado el Hospital del Amor de Dios, debido a las condiciones políticas y sociales que vivía la nación mexicana. Las unciones no podían brindarse más y los enfermos fueron enviados al Hospital de San Andrés que se encontraba en la actual calle de Tacuba.

Como el gremio y la cofradía de los bordadores y tintoreros habían tomado por patrona a Nuestra Señora de las Angustias, el 6 de febrero de 1788 trasladaron la milagrosa imagen en una vistosa procesión de la iglesia del Amor de Dios a su nueva morada en la capilla del Hospital de San Andrés, donde se celebró su colocación con Misa y sermón.

En 1867, fue llevado el cuerpo de Maximiliano de Habsburgo al Hospital de San Andrés para ser embalsamado y enviarlo a su Austria natal. Ahí acudieron a verlo el presidente Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada, quienes contemplaron el cuerpo colgado para facilitar las complicadas y largas operaciones que requería el embalsamamiento, por lo que los conservadores llamaron a ese lugar “la capilla del mártir”.

En ese lugar se reunían partidarios del vencido Imperio para celebrar reuniones tumultuosas y escandalosas en contra del gobierno, que culminaron con gran desorden el 1 de junio de 1868, primer aniversario de los fusilamientos de Querétaro. Para poner fin a aquellos violentos e inoportunos hechos, Juárez decidió derribar la capilla del Hospital de San Andrés, orden ejecutada aquella misma noche, dispersando las imágenes religiosas, entre ellas la de Nuestra Señora de las Angustias, que terminó en la Parroquia de San Lorenzo, Diácono y Mártir, ubicada en la actual calle de Belisario Domínguez, en el centro Histórico de la Ciudad de México.

El culto a Nuestra Señora de las Angustias fue decayendo con el paso del tiempo, después de haber sido una de las devociones que se celebraban con solemnidad el Viernes de Dolores y que el Gremio de los Bordadores organizaba con especial esplendor.

Actualmente, la imagen de Nuestra Señora de las Angustias se sigue conservando en la Parroquia de San Lorenzo, junto con el Señor de los Trabajos, un Cristo crucificado al que los fieles acuden para pedir trabajo y alivio a sus necesidades.

Fuente: LEYENDAS DE LAS CALLES DE MÉXICO. Artemio del Valle Arizpe. México, 1957.

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