
Por: Raúl Enrique Rivero Canto
El Evangelio según San Mateo presenta el relato de los magos de Oriente que llegaron a Jerusalén diciendo “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo” (Mt 2, 2). La historia les dio nombre: Gaspar, Melchor y Baltazar y la piedad popular los ha hecho un elemento fundamental del tiempo de Navidad.
A lo largo de los siglos, la historia de los magos de Oriente se fue desdoblando y presentó nuevos aspectos. La tradición los hizo santos, reyes y populares. Su fama llegó a Occidente cuando San Eustorgio llevó sus reliquias a Milán en el siglo IV, procedentes de Constantinopla. Poco o nada importa si los huesos en cuestión pertenecen a ellos o no, simplemente se volvieron un detonante y conservador de su devoción.
En 1164, el emperador Federico Barbarroja trasladó sus reliquias de Milán a Köln, ciudad germana que en castellano es conocida como Colonia. El traslado estuvo a cargo del arzobispo Reinald von Dassel. Ahí se inició la construcción de una gran catedral para albergar dignamente a los magos de Oriente ¡632 años tardó la fábrica de tan majestuoso templo! Inició en 1248 y finalizó en 1880. Al momento de terminarse fue el edificio más alto del mundo y en 2004 fue declarada por la UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Algo curioso ocurrió en el siglo XVI con la catedral de Colonia: en las primeras décadas se suspendió la construcción y quedó inconclusa. Sus formas a medio hacer se convirtieron en la escenografía ideal de cientos de leyendas vinculadas a ella y, desde luego, a quienes en ella descansaban, los magos de Oriente. Así se convirtieron en personajes relevantes de la Cristiandad justo al mismo tiempo en el que ocurrían dos procesos históricos que mutarían al mundo cristiano: la Evangelización de América y la Reforma Protestante.

Así es como la historia de los magos de Oriente llegó a la Península de Yucatán, en medio del furor devocional de la Contrarreforma Católica y de las enseñanzas tridentinas. El lugar elegido por los evangelizadores fue, casualmente, una de las antiguas ciudades mayas del oriente peninsular: Tizimín.
Para empezar a hablar de Tizimín es importante señalar que perteneció a un territorio conocido como el kuchkabal de Calotmul. Cada kuchkabal era una especie de pequeño Estado-Nación. Sin embargo, Calotmul estaba disputado por dos linajes de gran envergadura: los Xiu y los Cupul. Unos kilómetros al norte de la capital del kuchkabal, estaba el asentamiento de Tizimín, el cual no era la ciudad más habitada ni la más poderosa, pero sí concentraba gran parte de la religiosidad de los habitantes. Algo similar pasaba en el vecino kuchkabal de Ah Kin Chel donde las ciudades más importantes eran Dzidzantún y Temax, pero Izamal destacaba muchísimo por ser un centro neurálgico de peregrinación.
También hay que señalar que las misiones en Yucatán estuvieron de manera monopólica a cargo de la Orden los Frailes Menores, los franciscanos. Su llegada se dio poco después de la fundación de Mérida, la gran capital, el 6 de enero de 1542 por Francisco de Montejo “El Mozo”. Justamente, el día de la Epifanía del Señor. A pesar de eso, el patronazgo de la ciudad lo tiene San Bernabé y el de la catedral metropolitana es de San Ildefonso de Toledo, pero esas son otras historias.
Tras el capítulo franciscano del 29 de septiembre de 1549 se fundaron los primeros tres conventos destinados a los kuchkabalo’ob (o’ob es la partícula que pluraliza en maya) de los aliados: San Miguel Arcángel en Maní en el kuchkabal de Tutul Xiu (bien dice Bretos en su libro Iglesias de Yucatán [1992] que “Maní fue la Tlaxcala de Yucatán”), San Francisco de Asís en Conkal en el kuchkabal de Ceh Pech y San Antonio de Padua en Izamal en el kuchkabal de Ah Kin Chel. Años más tarde seguirían con el convento de San Bernardino de Siena en Sisal de Valladolid en el kuchkabal de los Cupulo’ob y de ahí continuarían expandiéndose de manera radial dándole una profunda preferencia a avanzar en territorios amistosos. No se iban a exponer a una carnicería.


Si partimos de la idea de que la familia Xiu fue de las más cercana a los Montejo, a sus tropas y a sus frailes, así como de considerar que el kuchkabal de Calotmul al oriente de la Península era tributario de los Xiu, entonces no debe sorprendernos que pronto se convirtiera en uno de los destinos de los frailes franciscanos. Sin embargo, no eligieron fundar su convento base en la capital, Calotmul, sino que lo hicieron en Tizimín, muy probablemente con la intención de repetir el éxito de Izamal. Si lograban sustituir la devoción local prehispánica prexistente, entonces tendrían conquistadas las almas de los fieles de la comarca.
De acuerdo a la tradición, en Tizimín eran venerados tres dioses mayas: Yum Chaac (lluvia), Yum Kaax (maíz) y Yum Ik (viento). Cuando los evangelizadores se dieron cuenta de la situación, sabían que tenían que ofrecer un trío divino que los reemplazara. Los elegidos fueron los “tres santos reyes”, nombre con el que se identifica hasta hoy el santuario de Tizimín. Es curioso que no hayan optado por una opción más canónica como los tres santos arcángeles (San Miguel, San Gabriel, San Rafael), los tres apóstoles predilectos (San Pedro, San Juan y Santiago el Mayor), o tres santos propios de la Orden de los Frailes Menores como San Francisco, San Antonio o San Buenaventura. No, la opción preferida fueron esos tres magos de Oriente cuya fama estaba tan de moda en aquellos días.
Aunque el pueblo de Tizimín, hoy en día ciudad, fue fundado por el capitán Sebastián Burgos en 1544, el convento como tal surgió en 1563 y pronto se ganó la preferencia de los fieles. La idea planteada resultó un éxito. El templo inicial adjunto al convento resultó insuficiente y fue ampliado, aunque su fachada quedó inconclusa ¡tal como había ocurrido con la catedral de Colonia! Incluso hasta nuestros días, la fachada del santuario carece de torres.
Se ha considerado que las imágenes corresponden al siglo XVI pues hasta ese tiempo se tenía a Melchor como el rey de piel oscura como ocurre en el caso de Tizimín. La Divina Providencia quiso que en el siglo XVIII se fundara cerca de Tizimín el pueblo de San Fernando Aké para ser habitado por afrodescendientes. Seguramente, ellos se identificaron con el rey san Melchor y promovieron su devoción pues, hasta el día de hoy, aunque se trata de darle el mismo trato a los tres, la iconografía y la práctica demuestran que Melchor tiene preponderancia por encima de Gaspar y Baltazar.

En mi tesis doctoral Adauge Nobis Fidem Creer, celebrar y construir en la Península de Yucatán (1864-1914) (https://ciesas.repositorioinstitucional.mx/jspui/handle/1015/996) comento que la Guerra de Castas (1847-1902) favoreció ampliamente la devoción de los fieles del oriente peninsular ya que estaban a unos pasos del frente de batalla. De nueva cuenta tenían que mostrarse los Santos Reyes como poderosos intercesores. En esa época, el novenario de los Reyes Magos era del 6 al 15 de enero y estaba acompañado de una suntuosa fiesta que desafiaba las prohibiciones de las Leyes de Reforma.
El Santuario de los Santos Reyes de Tizimín cuenta con uno de los pocos retablos policromados de escala monumental que sobrevivieron a la persecución que desataron los socialistas en Yucatán. Predominan en él los colores rojo, verde y dorado y está estructurado por predela, dos cuerpos divididos en cinco calles y amplio remate. Cuenta con 10 espléndidos bajorrelieves y sólo tres nichos en el primer cuerpo, siendo el de la calle central el más amplio y relevante. Es evidente que esos tres nichos fueron los lugares de los patronos estando el del centro reservado para Melchor.
A finales del siglo XIX, posiblemente por iniciativa del padre Miguel de los Santos Mir, fueron trasladados al muro norte de la nave del templo a unas urnas que formaban un altar lateral de tintes neogóticos para poder estar todo el año mucho más cerca de sus devotos. Para su época era impensable que los fieles estuvieran subiendo al presbiterio por lo que esa ubicación, que es la que se conserva hasta la actualidad, era la más conveniente. Los nichos del retablo se les cedieron a los únicos que podrían sustituir a los Santos Reyes por ser teológicamente más importantes: el Sagrado Corazón de Jesús, la Inmaculada Concepción y San José. No es coincidencia, pues son las tres devociones más difundidas a nivel mundial al iniciar el siglo XX.
En 1914 la bóveda de la nave del templo fue sustituida en tiempo récord gracias a las múltiples donaciones que se hicieron como resultado de la devoción hacia los magos de Oriente, a los cuales la gente no vinculaba con el Medio Oriente sino con el oriente peninsular. Pues, en efecto, son patronos del nororiente de la Península. El año siguiente la llegada del régimen socialista y su persecución religiosa fue brutal para el conjunto arquitectónico. El atrio fue fraccionado y de él surgieron dos parques uno de los cuales más tarde se dedicó a conmemorar con respectivas esculturas a los tres dioses de la antigua religión maya. Se trazó una calle que dividió al convento en dos, quedando el templo al sur y el claustro al norte de dicha calle. Las reformas urbanas no han sido muy ventajosas para el patrimonio cultural en Tizimín. Incluso, el antiguo cementerio colonial cedió su espacio para la construcción de la capilla de las velas.


La capilla de las velas merece una mención especial porque ahí se ve la luz y el color de la fe. En ella los fieles encienden sus velas o veladoras, pero eso sí, tienen que ser tres por devoto porque es una para cada santo rey. En tiempos de fiesta, el lugar parece un incendio. El hollín de sus paredes da cuenta de la inmensa devoción.
Un asunto curioso es que Tizimín es llamada la Ciudad de los Reyes y el 28 de febrero de 1975 recibió la visita de la reina Isabel II de Inglaterra para inaugurar un parque zoológico. Así paso a ser la ciudad de los tres reyes y una reina.
Yucatán se enorgullece de tener en Tizimín el segundo santuario más importante a nivel mundial en honor a los Santos Reyes Magos de Oriente, sólo superado por el de Colonia. Para el mundo maya, Melchor, Gaspar y Baltazar fueron verdaderos evangelizadores y vehículos de una auténtica epifanía por medio de la cual Nuestro Señor Jesucristo se manifestó en el Mayab. Si en el siglo I llevaron oro, incienso y mirra, desde el siglo XVI le llevan como ofrenda al Redentor las almas de sus devotos yucatanenses que anualmente los visitan para ir con ellos a buscar al Rey que acaba de nacer e ir a adorarlo.
Créditos de fotografías:
Arq. Raúl E. Rivero Canto – Historiador
Parroquia de Los Santos Reyes Tizimin – a quien corresponda