El origen de las Posadas

«En cuanto a Belén llegaron, posada al mundo pidieron, nadie los quiso albergar porque tan pobres los vieron…»

Por: Diego Rodarte

En un determinado momento de la historia, todas las culturas le rindieron culto al sol por ser el que rige la vida en la tierra, ya que sin su luz y calor todo sería oscuridad, no existirían las estaciones del año y por tanto la tierra no daría frutos ni habría posibilidades de que existiera un ser vivo en el planeta. Fue así como surgieron diferentes deidades asociadas con el sol y cuyo nacimiento se celebraba precisamente en el solsticio de invierno.

Dicha celebración surge debido a que los astrónomos de aquellos tiempos, observaban el movimiento del sol para determinar el tiempo de siembra, de cosecha y el tiempo de frío, lo que actualmente conocemos como las estaciones del año. Los observadores se dieron cuenta que a partir del verano los días se empiezan a volver más cortos y las noches más largas, calculando que la noche más larga y oscura del año se daba entre el 20 y el 26 de diciembre.

Al surgir al final de aquella larga noche, parecía que el sol triunfaba sobre la oscuridad, lo que era visto como un hecho maravilloso que garantizaba la vida en la tierra, es por eso que en las distintas culturas, al solsticio de invierno lo celebraban como el nacimiento del sol.

Una de estas festividades era la del Solis Invictus o Sol Invicto, propia del Imperio Romano, que indicaba el nacimiento de un nuevo sol que vencía a la oscuridad y que estaba asociado al nacimiento de Apolo, el 25 de diciembre. También, coincidía con la fiesta pagana en honor a Saturno, deidad de la agricultura y la cosecha. Durante estas festividades, los campesinos y los esclavos podían tomarse un tiempo de descanso, mientras que los romanos visitaban a sus familiares y amigos, intercambiaban regalos y celebraban grandes banquetes públicos.

Hacia el siglo IV, los primeros cristianos comenzaron a celebrar el nacimiento de Cristo; hasta entonces, la fiesta más importante era la Pascua del Señor, es decir, la Resurrección.

La idea de celebrar el nacimiento del Redentor era agradecer el inicio de su vida terrena, al encarnarse en la Virgen María, quien lo dio a luz. Lamentablemente, para ese tiempo, no había ningún documento que indicara que día nació Cristo, pues aunque el Evangelista San Lucas hace referencia a la época en la que nació Jesús, no menciona una fecha específica, aunque existe la creencia de que Jesús de Nazareth nació durante la primavera y no en invierno, mientras otros afirman que nació en verano.

Debido a que los cristianos aún eran perseguidos, no podían celebrar sus fiestas de manera pública, así que aprovecharon las fiestas paganas de los romanos para cristianizarlas, y de esa manera poder celebrar el nacimiento de Cristo sin que los romanos sospecharan, pensando que estaban celebrando al sol.

Entre los años 320 y 353, durante el Pontificado de Julio I, se fijó la solemnidad de la Navidad el 25 de diciembre, y en febrero del año 380, con el Edicto de Tesalónica, que declaraba al cristianismo como la religión oficial, dieron fin las persecuciones contra los cristitanos y las fiestas paganas del Sol Invicto, para centrar la atención en el nacimiento de Cristo, verdadero sol de la humanidad.

PANQUETZALIZTLI Y EL NACIMIENTO DEL SOL

Antes de la llegada de los españoles, los Mexicas celebraban la fiesta del Panquetzaliztli, que significa «levantamiento de banderas», porque se colocaba un estandarte en el Templo Mayor y banderas en los árboles para celebrar el nacimiento de Huitzilopochtli.

Esta celebración formaba parte del calendario ritual conformado por 18 veintenas y cinco o seis días excedentes, que se ajustaban al movimiento aparente del sol alrededor de la tierra durante 365 días. Gracias a la constante observación del movimiento del sol, los pueblos mesoamericanos descubrieron con exactitud los días de los equinoccios, los solsticios y el paso cenital del sol, lo que les permitió establecer celebraciones agrícolas asociadas directamente al movimiento del solar.

La fiesta del Panquetzaliztli era una de las más importantes en la estructura del calendario mexica y comenzaba con un tiempo de preparación que iniciaba el 19 de noviembre y llegaba a su culmen el 8 de diciembre de nuestro calendario, tiempo en el que el sol pasaba más tiempo en el vientre de la tierra, por lo que los mexicas asociaban este fenómeno con el nacimiento de Huitzilopochtli, identificado directamente con el sol.

En el ritual de Panquetzaliztli, el nacimiento de Huitzilopochtli era simbolizado con la confección de una imagen de la deidad hecha de tzoalli, una pasta compuesta de harina de huauhtli y maíz tostado amasados con miel de maguey. Esta imagen, elaborada por la noche por mujeres listas para casarse y que durante un año habían vivido en el templo de Huitzilopochtli, era llevada en andas al teocalli ubicado en lo alto del Templo Mayor, donde se realizaba una ceremonia en la que se consagraban 400 huesos de tzoalli como «huesos y carne de Huitzilopochtli».

El vigésimo día del Panquetzaliztli, el pueblo debía guardar un ayuno riguroso hasta la puesta del sol. Al caer la noche, se encendían hogueras que disipaban la oscuridad y comenzaba la fiesta con danzas y cantando el Tlaxolecáyotl, alabanza a Huitzilopochtli. Posteriormente iniciaba una procesión con otra imagen del dios Páinal, lugarteniente de Huitzilopochtli, elaborada con tzoalli, que iba de Tenochtitlán a Tlatelolco seguido por mucha gente, de ahí se dirigían a Tacuba, Popotlán, Chapultepec, Coyoacán, Iztacalco y finalmente Acachinanco. En cada estación se realizaban sacrificios humanos y cruentas batallas representando el combate entre Huitzilopochtli y los Centzon Huitznahua.

Según la cosmología mexica, Huitzilopochtli libraba una guerra perpetua contra la oscuridad, y si esta ganaba el mundo terminaría. Para mantener al sol moviéndose a través del firmamento y preservar sus propias vidas, los mexicas debían alimentar a Huitzilopochtli con sangre y corazones humanos.

El culmen de la celebración se daba cuando la imagen de Páinal llegaba al Templo Mayor para poner fin a la lucha y guiar al sacrifico a los prisioneros y esclavos , cuya sangre era rociada sobre la imagen de Huitzilopochtli que era despedazada por un dardo, para ser consumida en una comida ritual por los sacerdotes, gobernantes y representantes de los barrios de Tenochtitlán y Tlatelolco, mientras que el pueblo comía los 400 «huesos y carne» de la deidad.

El hecho de que la imagen de Huitzilopochtli fuera elaborada durante la noche, confirma que se consideraba que la luz solar nacía envuelta en las tinieblas, en lo profundo de la noche más larga del año. El Sol-Huitzilopochtli nacía en el punto más bajo y oscuro de su curso, el sur, pero desde entonces lo esperaba una lenta e inexorable ascensión hacia la salida del vientre de la tierra en el este, hasta su cenit en el norte.

El complejo ritual entorno a la imagen de Huitzilopochtli, no solo es interpretado como la reactualización del nacimiento del sol, sino del momento sagrado de la creación del pueblo mexica, visto como el cuerpo de su dios principal: Huitzilopochtli. Para que naciera su pueblo, la deidad tenía que «encarnarse» en este mundo a través de la estatua de tzoalli y sus innumerables huesos. Mediante la ingestión de estos, los mexicas afirmaban su identidad con Hutizilopochtli: no solo tomaban posesión de su cuerpo, sino testimoniaban ser su cuerpo, su manifestación viviente en el mundo.

Algunos investigadores afirman que con la caída de Tenochtitlán en 1521, la celebración del Panquetzaliztli desapareció, pero quedó grabada en la memoria de quienes sobrevivieron y trataron de mantener vivas sus antiguas costumbres.

LAS JORNADAS

En 1533, siete misioneros Agustinos llegaron a México y se establecieron en plazas dejadas por miembros de otras Ordenes instaladas con anterioridad en los estados de Guerrero y Michoacán; en el norte ocuparon la zona otomí, comprendida entre Hidalgo y Puebla, donde iniciaron su expansión territorial, fundando el convento de San Agustín Acolman en 1539.

Un fraile de nombre Diego de Soria, Prior del Convento de Acolman, se percató que los indígenas aún arraigaban la fiesta del Panquetzaliztli, asociada al nacimiento del sol, así como la fiesta del Sol Invicto, que dio origen a la fiesta de la Navidad en Roma.

Fray Diego de Soria observó que la fiesta del Panquetzaliztli era precedida por un tiempo de preparación, así como los católicos se preparan para la Navidad con el tiempo de Adviento. La celebración se llevaba a cabo por la noche, y en ella abundaban las antorchas, había cantos, danzas, se realizaban procesiones y sacrificios. Fue así que Fray Diego de Soria, como los primeros cristianos, utilizó la fiesta del Panquetzaliztli para cristianizarla y usarla como un medio de evangelización para dar a conocer al verdadero Dios.

Para sustituir los ritos prehispánicos previos al nacimiento de Huitzilopochtli, Fray Diego de Soria pensó en realizar nueve misas por la noche, por ser la Santa Misa el reconocimiento de la muerte de Cristo en la cruz, quien se ofreció así mismo como víctima de salvación y que marcó el final de los sacrificios por derramamiento de sangre, siendo reemplazados por la Eucaristía, instituida por Cristo la noche del Jueves Santo y que se convierte en el único sacrificio agradable a Dios.

Pero en aquel tiempo solamente estaban permitidas por la Liturgia la Misa nocturna de la Navidad y la Misa nocturna de la Pascua, todas las demás misas debían celebrarse por la mañana y antes del medio día.

Para lograr su objetivo, Fray Diego de Soria escribió al Papa Sixto V y solicitó el permiso de celebrar estas misas nocturnas, y en 1587 obtuvo la Bula de autorización para la celebración de misas en la Nueva España, como festejo del «aguinaldo», que se oficiaban del 16 al 24 de diciembre, como una novena de preparación para la Solemnidad del Nacimiento del Señor.

Estas misas se celebraban al aire libre, aprovechando la capilla abierta y el amplio atrio del Convento de Acolman, lo que atrajo la presencia concurrida de españoles, criollos e indios. Durante las misas se predicaba sobre el misterio del nacimiento de Jesucristo y el peregrinar que realizaron la Virgen María y San José hasta Belén, donde nació el Redentor. Para complementar, se realizaban algunas representaciones teatrales para que los indígenas pudieran entender los pasajes bíblicos, que dieron origen a las pastorelas.

Al final de las misas, se realizaba una procesión iluminada por antorchas para acompañar a la Virgen María y a San José en un caminar espiritual, rezando las Letanías a la Santísima Trinidad y a la Virgen María, se cantaban alabanzas y al llegar a la puerta de la iglesia se entonaba una letanía en la que un angustiado San José llamaba de puerta en puerta tratando de encontrar un lugar donde la Virgen María, montada en un borrico, pudiera descansar y prepararse para dar a luz al Hijo de Dios.

A estos nueve días en los que se recuerdan las penurias que pasaron María y José antes de llegar a Belén se le llamaron Jornadas, y cada una tiene un significado diferente: humildad, fortaleza, desapego, caridad, confianza, justicia, pureza, alegría y generosidad.

Al terminar los ritos solemnes, los frailes repartían fruta de temporada a los asistentes como aguinaldo, es decir, como un regalo. Con el tiempo, esta costumbre se fue extendiendo a otros puntos del país y donde había religiosos se oficiaban las nueve misas de aguinaldo, pero donde no había sacerdotes se empezó a rezar el Santo Rosario, meditando los tres primeros misterios gozosos: La Anunciación, La Visitación de María a Santa Isabel y el Nacimiento de Jesús en Belén, por ser estos tres misterios en los que el Evangelista San Lucas narra el traslado de María de Nazareth a Belén.

En el siglo XVIII la celebración de las Jornadas empezó a tener mayor relevancia en los barrios y en las casas y la música religiosa fue sustituida por el canto popular. Con la Independencia de México, la costumbre de acudir a las Misas de Aguinaldo se perdió, pero los fieles rescataron la tradición llevándola a sus casas, fue así como surgió la tradición de las Posadas.

Con el paso de los años, la tradición se fue modificando, aunque conservando su esencia original. Además, se empezaron a elaborar imágenes que representaban el misterio de María y José camino a Belén: María va montada en una mula o burrito, mientras San José camina con su cayado de viaje y el Arcángel Gabriel los acompaña en su camino, a este misterio se le ha dado el nombre popular de los Santos Peregrinos.

Este misterio se adorna y se coloca en un lugar especial para el rezo del Santo Rosario. Al terminar la oración, se hace una pequeña procesión con la imagen de los Peregrinos mientras se cantan las letanías, ya sea de la iglesia a la casa de un fiel, por las calles de un barrio o en el patio de la casa, dependiendo de la costumbre de cada persona o comunidad. Al llegar a la puerta de la casa, se entona el canto tradicional para pedir posada: adentro está el casero que desconfiado no quiere dar alojamiento a los peregrinos, temeroso de que se trate de personas mal intencionadas, mientras afuera, San José pide un lugar donde pueda alojarse la Reina del Cielo.

Entre la luz de las velas y pequeñas bengalas se abren las puertas y se da la bienvenida a los Santos Peregrinos que son recibidos entre confetis, serpentinas y el sonido de silbatos como signo de júbilo y algarabía. Con esto culmina el rito solemne y comienza la fiesta, pues es tradición entonar versos para pedir colación, que los posaderos, como se le denomina a las personas que ofrecen la posada, obsequian en recuerdo a los aguinaldos que se obsequiaban al final de las misas y que consisten en bolsas de cacahuates, fruta y dulces de temporada.

Las nueve posadas culminan el 24 de diciembre con el Arrullo del Niño Dios. Después de recorrer un largo camino, la Virgen ha dado a luz al Niño Jesús en un humilde portal y sus fieles lo arrullan con el canto del A rorro niño para recostarlo en el pesebre. Este acto de piedad popular suele realizarse después de la Misa de Noche Buena o en los hogares a la media noche; la imagen del Niño Dios se coloca sobre una cobija o rebozo y se le ponen dulces o colaciones, después se balancea suavemente simulando el arrullo mientras se canta el A rorró, terminado el canto, uno a uno, los fieles reunidos pasan a adorar al Niño Jesús con un beso y toman uno de los dulces, después se le coloca en el pesebre dispuesto en el nacimiento como signo de que Dios hecho Hombre nació para redimir a la humanidad.

LAS PIÑATAS

Un elemento que no puede faltar en las posadas son las tradicionales piñatas, que aunque tuvieron su origen en china, se convirtieron en un símbolo de la Navidad Mexicana, pues fue utilizada por los misioneros para evangelizar a los naturales dándole un significado propio de la fe cristiana:

La piñata se elabora con una olla de barro forrada con oropel y colores brillantes que representan las vanidades del mundo y las tentaciones del demonio. Originalmente se adorna con siete picos que representan los siete pecados capitales: pereza, envidia, gula, ira, lujuria, avaricia y soberbia.

Quien rompe la piñata debe tener los ojos vendados, representando la fe ciega en Dios, y el palo con el que la golpea simboliza la fuerza con la que se vence al mal y se destruye la falsedad. Los frutos y dulces con los que se rellena la piñata son la recompensa por vencer el pecado, y al caer de la piñata rota, evoca la gracia de Dios que se derrama sobre nosotros.

Para pegarle a la piñata, es costumbre cantar unas coplas mientras la persona intenta romperla:

“No quiero oro, ni quiero plata, yo lo que quiero es romper la piñata”.

“Dale, dale, dale, no pierdas el tino, porque si lo pierdes, pierdes el camino. Dale, dale, dale, no pierdas el tino, mide la distancia que hay en el camino. Ya le diste una ya le diste dos, ya le diste tres y tu tiempo se acabó”.

Algunas coplas fueron adquiriendo toque pícaros, por lo que las autoridades eclesiales prohibieron las piñatas de 1788 a 1796, pero ante el nulo caso de los feligreses a esta restricción, la Iglesia tuvo que levantar el veto.

En la actualidad, las posadas han adquirido un sentido de convivencia social alejado del sentido real de esta tradición, pero en los pueblos, barrios y colonias, como Xochimilco, las posadas siguen siendo parte importante dentro de las celebraciones que dan paso a la fiesta de Navidad, acompañando, no solo a la Virgen María y a San José en su caminar, también al Niño Jesús representado en sus diferentes advocaciones y cuyo nacimiento es el centro de esta gran celebración: Cristo es el sol sin ocaso que nace en medio de las tinieblas para redimir al mundo del pecado.

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