La Virgen de Guadalupe y la peste del matlazahuatl

«No temas a esa enfermedad ni a ninguna otra enfermedad, o cosa punzante y aflictiva…»

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Por: Diego Rodarte

A finales del mes de agosto de 1736, en el pueblo de Tlacopan, hoy Tacuba, los sirvientes de un obraje lanero comenzaron a ser atacados por una fiebre extraña y mortal a la que los doctores más destacados de la capital de la Nueva España no le encontraban explicación. La enfermedad comenzó a expandirse hacia los pueblos cercanos con tal rapidez, que la atención espiritual a los moribundos se convirtió en una pesada tarea.

Los síntomas se caracterizaban por fiebre muy elevada, flujo de sangre por nariz, boca y oídos, intenso dolor de estómago y diarrea grave, afectando principalmente a la población indígena. A esta enfermedad se le denominó matlazahuatl, vocablo náhuatl que había sido utilizado con anterioridad para nombrar a otras pestes: matlatl – red; zahuatl – zarna, erupción, granos; y que se traduce como Erupción como red o en forma de red, o bien, pústulas o granos en el redaño.

Para octubre de 1736 el matlazahuatl alcanzó a la Ciudad de México, el contagio se aceleró y todo el centro urbano se encontró envuelto bajo un manto de muerte. Para enero de 1737 la peste se había extendido a los pueblos de Atizapán, San Pedro Calimaya, Metepec, Tlayacapa y el Valle de Toluca. Para febrero había alcanzado Cuernavaca y en marzo Guanajuato en el norte, el Bajío en la zona central y Cholula, Acatzingo, Zacatelco, Tlaxcala, Tepeaca, Tepejí y la ciudad de Puebla.

Un violento temblor de tierra, extraordinarias lluvias torrenciales, y huracanes devastadores fueron ocasión de que el contagio se propagara rápidamente, pues los indígenas huían a esconderse a cuevas insalubres. Como la peste atacaba a los adultos, pronto la ciudad se llenó de huérfanos que eran atendidos en el hospital de San Juan de Dios y eran llevados a las iglesias para darlos en adopción a los fieles que quisieran hacer una obra de caridad y en muchas ocasiones los niños fueron rescatados en medio de los cadáveres de sus familias.

Conforme pasaban los días, a pesar de los esfuerzos de las autoridades civiles y religiosas, además de la ardiente caridad de fieles y religiosos que se pusieron al servicio de los enfermos, el contagio tomaba mayor fuerza. Las calles, plazas, oficinas y caminos estaban envueltos en un triste silencio, las casas cerradas o solitarias, se interrumpió el comercio, la ciudad estaba paralizada, solo se escuchaban los lamentos de los enfermos y el ruido de carros llenos de cadáveres.

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Ante esta calamidad y los fenómenos naturales que la antecedieron, se creyó que era un castigo del cielo y para aplacar la ira divina en todos los templos se hacían oraciones, plegarias, procesiones y todo tipo de actos piadosos. En la Ciudad de México se realizaron setenta Novenarios Públicos, de los cuales diez fueron decretados por el Ayuntamiento de la Ciudad, además de Triduos y Procesiones de Penitencia, muchas de estas dirigidas a la Virgen María bajo sus diferentes advocaciones.

El 23 de enero de 1737, se reunió el Cabildo de la ciudad. Los Consejales, viendo con tristeza como se agotaban los recursos para combatir la peste y el aumento de contagios crecía a pesar de las fervientes oraciones que se elevaban, recordaron que en la gran inundación de 1629, la sagrada imagen de la Virgen de Guadalupe fue traída de su santuario a la Ciudad de México y al poco tiempo comenzó a bajar el nivel del agua. Además, recordaron que los estragos de la peste no habían llegado a las cercanías del Santuario del Tepeyac, como si la enfermedad respetara misteriosamente el territorio de la Guadalupana, por lo que algunos Consejales propusieron llevar la tilma de Juan Diego a la Catedral Metropolitana.

Otro Consejal propuso que se jurara como Patrona Principal de México a la Santísima Virgen bajo la advocación de Guadalupe, pero sus compañeros determinaron consultar al Arzobispo Virrey Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta, devoto fiel de la Virgen de Guadalupe quien lo favoreció de modo especial en diferentes momentos de su vida. Sin embargo, ignorando el traslado del sagrado original en la inundación de 1629, creyendo que nunca había sido llevada de su santuario a la ciudad, el Prelado sugirió que se realizara un novenario o cualquier otro acto de piedad en el mismo Santuario del Tepeyac.

Obedeciendo la decisión del Arzobispo Vizarrón, el 30 de enero dio inicio un solemne Novenario en el Santuario, asistiendo el primer y último día el Arzobispo Virrey, la real Audiencia, los Tribunales y los dos Cabildos de la ciudad; el resto de los días se repartieron entre las comunidades religiosas y la asistencia de autoridades civiles.

Ante la gran cantidad de fieles que acudían al Tepeyac, y al ser insuficiente los nueve días dispuestos para atender sus necesidades espirituales, el conde de Santiago, Don Juan de Velasco Altamirano, costeó otro solemne novenario y al comprobar que, tras acudir a la Virgen de Guadalupe, eran pocos los que caían enfermos o morían de la peste, eran cada vez más los fieles que tomaban el asilo de su templo.

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Pero ante las suplicas de los fieles, el número de contagios iba en aumento, por lo que los Regidores reunidos en el Cabildo del 11 de febrero se preguntaban con tristeza porque la Santísima Virgen no atendía sus ruegos a lo que uno de los Consejales contestó: «¡Señores! no hay más remedio que el que se propuso en el mes pasado: jurar por Patrona Principal de la ciudad a la Santísima Virgen en su prodigiosa Imagen de Guadalupe».

Estas palabras fueron como un rayo de luz que que hizo comprender a los Consejales cual era el verdadero remedio a la epidemia, y todos por unanimidad aprobaron el proyecto y nombraron a dos comisarios que a nombre del Ayuntamiento trataran el asunto con el Cabildo Eclesiástico.

Con la aprobación de las autoridades eclesiásticas correspondientes y siguiendo los lineamientos establecidos por la Sagrada Congregación de Ritos para la elección de los Santos Patronos, el 24 de abril de 1737 la Virgen de Guadalupe fue reconocida y jurada solemnemente como Patrona de los Mexicanos:

«…juraron Patrona Principal de México y su Territorio a Nuestra Señora la Virgen María de Guadalupe y de guardar y hacer se guardase perpetuamente por festivos y de precepto, a voto común, en esta ciudad y sus contornos, el 12 de diciembre de cada año, en que se celebra su prodigiosísima admirable Aparición. Obligáronse también expresamente a solemnizar dicho día y hacer la fiesta con todo el aparato posible en la Iglesia de su Santuario con las calidades que expresaron en sus consultas ambos Cabildos: a enviar a la Sagrada Congregación de Ritos para confirmar la festividad y Patronato, impetrar Oficio propio, Octava y elevación de Rito, como a poner el más vivo empeño a extender el mismo Patronato a todo el Reino y a ocurrir al Superior Gobierno a que se consignase de Tabla dicha fiesta…»

El acto solemne concluyó con el rezo de Te Deum y al unisono comenzaron a sonar las campanas de la Catedral de México anunciando el nuevo Patronato y como respuesta, las campanas de todos los templos de la ciudad comenzaron a sonar y a ellas se sumaron salvas atronadoras de artillería con los instrumentos de la banda militar como signo de júbilo y con la esperanza de que cesara la epidemia.

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El 2 de mayo de 1737 se reconoció por decreto la fiesta del 12 de diciembre, aniversario de la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, como día festivo y de precepto, y se fijó el día 26 de mayo para la solemne promulgación del Patronato.

La noticia llenó de entusiasmo a los fieles que se sobrepusieron a la calamidad para celebrar la promulgación del Patronato, incluso las casas más pobres estaban adornadas con gallardetes, pendones y banderas, y en las puertas, ventanas y balcones se levantaban altares con la imagen de la Virgen y multitud de familias rezaban ante estos altares suplicando a la Santa Madre de Dios y consoladora de los afligidos por la liberación del azote que las asolaba.

El sábado 25 de mayo, en medio de la alegría que causó la noticia de que el contagio iba disminuyendo, una imponente procesión salió de la Catedral de México con dirección al Tepeyac, y a esta procesión se unió el pueblo indígena, que con sus instrumentos y danzas, lanzando flores desde los techos de sus casas, aclamaban a la Virgen como su Patrona implorando su protección y alivio. Por la noche se encendieron farolillos y el cielo se iluminó con pirotecnia; ante este festejo, el Corregidor de la ciudad, conmovido hasta las lágrimas anunciaba que por informes que acababa de recibir el contagio iba desapareciendo.

Un grito de jubilo se levantó ante tan grata noticia y el pueblo vitoreaba a la Soberana Libertadora. Así llegó el domingo 26 de mayo, quienes participaron en la procesión se reunieron nuevamente en la Catedral, donde se llevó a cabo la Misa Pontifical, en la que se leyó el Edicto con el que se promulgaba el Patronato de la Virgen de Guadalupe como había sido jurado por aclamación por los Comisarios de la Nobilísima Ciudad y Cabildo Metropolitano.

Como efecto prodigioso de la jura del Patronato de la Virgen de Guadalupe fue la instantánea liberación de la peste asoladora, pues desde que se inició el proceso comenzó a disminuir el número de muertos y el 25 de mayo, víspera de la solemne jura, sólo se enterraron tres cadáveres en el Campo Santo de San Lázaro, donde antes se sepultaban de 30 a 60 cuerpos al día. La tarde del 26 de mayo no se registraron víctimas mortales, cayó un fuerte aguacero al que le siguieron otros que purificaron la atmósfera, restituyéndole un clima sano a la Ciudad de México.

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No se sabe con exactitud el número de víctimas mortales consecuencia del matlazahuatl, pues las cifras rondan entre los 40 mil y 58 mil muertos, sin contar los que murieron en las acequias o fueron sepultados por sus propios familiares, por lo que se cree que fueron más de 700 mil personas las que murieron en todo el país, sin embargo, fueron más los enfermos que sanaron gracias a la intervención Divina de la Virgen de Guadalupe.

Agradecidos por tan singular muestra de protección de la Patrona de la Ciudad de México, los Comisionados del Ilustre Ayuntamiento se apresuraron a pedir que se extendiera a toda la Nación el Patronato de la Virgen de Guadalupe, a la que se sumaron las peticiones de los Cabildos de las ciudades de Puebla, Querétaro, San Luis Potosí y otras ciudades, así como el clamor de miles de fieles en todo el país que querían como patrona a la Virgen Morena.

Fue así que el 28 de septiembre de 1746, siguiendo los lineamientos de la Sagrada Congregación de Ritos, se llevaron a cabo las votaciones secretas correspondientes, y por unanimidad fue elegida por Patrona Principal de toda la Nación Mexicana la Virgen Madre de Dios en su advocación de Guadalupe. Esta elección fue un verdadero acto de justicia más que de devoción, pues en su aparición ante el indígena San Juan Diego se manifestó como la Madre piadosa y compasiva de todos los mexicanos, por lo que la elección no fue más que un reconocimiento jurídico y solemne del derecho que la Virgen tenía a estos títulos.

El 12 de diciembre de 1746 fue la fecha fijada para la promulgación del Patronato Nacional, comenzando con los preparativos y definiendo el programa de actividades, que tendrían la misma suntuosidad que en 1737, pero debido al luto guardado por la muerte del Rey Felipe V, se tomó la decisión del que el juramento se hiciera el domingo 4 de diciembre en la Capilla del Palacio Arzobispal y que el 12 de diciembre se hiciera la solemne promulgación en el Santuario de Guadalupe, en tanto que los festejos quedaban suspendidos y se llevarían acabo hasta diciembre de 1747.

Fue así que en una solemne y sublime ceremonia, el 12 de diciembre de 1746, Nuestra Señora de Guadalupe fue jurada Patrona de la Nación Mexicana gracias a su intervención en favor de sus hijos ante una terrible epidemia que diezmó a la población.

Fuentes: 

Historia de la Aparición de la Sma. Virgen María de Guadalupe de México desde el año MDXXXI al de MDCCCXCV. Tomo II. Libro segundo. Por un sacerdote de la Compañía de Jesús. 1897.

Cuenya, Miguel Ángel. PESTE EN UNA CIUDAD NOVOHISPANA. EL MATLAZAHUATL DE 1737 EN LA PUEBLA DE LOS ÁNGELES. Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma de Puebla. México.

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