San Andrés Mixquic

Por: Diego Rodarte

Caída la tarde del 2 de noviembre, el panteón del pueblo se ilumina con la luz de los cirios; las campanas anuncian el inicio del viaje de regreso, es la hora de una nueva despedida y los deudos encaminan a las ánimas de sus seres queridos con el humo del copal, es la noche del 2 de noviembre en San Andrés Mixquic.

Los preparativos inician desde días antes: el mercado y los alrededores se llenan de fruta, flores, pan de muerto, copal y otros elementos que se colocan en las ofrendas para honrar a los que ya se fueron.

El 31 de octubre se coloca la ofrenda para recibir a las ánimas de todos los niños con dulces, juguetes, fruta y algunos alimentos. Las 12:00 del día es la hora para recibirlos y desde ese momento no se pueden tocar los elementos de la ofrenda, hasta el medio día del 1 de noviembre, cuando las almas de los niños regresan para dar paso a las ánimas de los adultos.

El día de Todos los Santos, y desde días previos, las familias acuden al panteón del pueblo para limpiar las tumbas, quitando la yerba que crece alrededor y acomodando la tierra que cubre los restos de sus finados.

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En casa hay que tener lista la ofrenda de los «muertos grandes», la cual consta de tres niveles que representan el cielo, la tierra y el inframundo. En el primer nivel se ponen imágenes religiosas junto con la foto del finado, representando el paraíso, en el segundo nivel se colocan frutas y alimentos, la mayoría relacionados con el maíz y el pan, que representan la tierra y como tercer nivel se coloca un petate en el piso que ofrece descanso a las ánimas después de su largo viaje, una silla y abundantes alimentos, principalmente aquellos que eran del agrado del difunto.

No puede faltar el agua que mitiga la sed de los viajeros, la sal que es signo de purificación y sabiduría, y el pan de muerto que representa el cuerpo de los difuntos. A la entrada de la casa se coloca un camino de flor de cempoalxóchitl, que con su color naranja y su particular aroma, guía a las almas hasta su ofrenda como si fuera un camino de luz que llega a su plenitud con los cirios encendidos colocados en la ofrenda junto con el humo del copal que se eleva como una oración al cielo.

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Un elemento que evoca el pasado prehispánico de Mixquic es el tzompantli, en el que se colocaban los cráneos de quienes eran sacrificados, y que en la ofrenda se representa con golletes, rosquillas pintadas de color rosa significando la sangre de los sacrificios y colocadas a la orilla de la mesa en cañas de azúcar que simbolizan las lanzas con que eran atravesados los cráneos. Con la llegada de los evangelizadores, los cráneos tendrían otro significado: el fin de la vanidad y lo efímero de la vida mundana.

LA ALUMBRADA

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El 2 de noviembre, por la mañana, las familias regresan al panteón para adornar las tumbas con abundantes flores y coloridos tapetes hechos con pétalos y aserrín que se ponen sobre la tumba, que es la puerta de regreso al más allá. A las 12:00 del día, las campanas de la iglesia de San Andrés anuncian que la hora de partir está cerca, y las ánimas deberán colocar la esencia de lo que se llevarán para el camino en una canasta vacía y cubierta con una servilleta que fue colocada por sus deudos a modo de itacate.

Por la tarde noche, poco a poco, las familias se congregan nuevamente en el panteón para iluminar el camino de regreso de sus difuntos con abundantes cirios y copal. Es hora de decir adiós, y el constante repicar de las campanas así lo anuncian. La nostalgia y los recuerdos invaden el corazón de quienes todavía peregrinan en la tierra y que cada 1 y 2 de noviembre se reencuentran en espíritu y corazón con quienes ya se adelantaron, alimentando la esperanza de que al final de la carrera de esta vida se volverán a encontrar con sus seres queridos en un lugar lleno de luz y de paz.

Por eso, lejos de ser un espectáculo que los turistas nacionales y extranjeros acuden a admirar, el Día de Muertos en Mixquic es un ritual sagrado digno de respeto en el que celebran la vida y el recuerdo de quienes dejaron este mundo, y que se ha convertido en uno de los íconos más representativos del Día de Muertos en México.

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