La Virgen de Tierras Negras

«Ella nunca me abandonará, como esa silueta al caminar, que proyecta un sol de amanecer y alimenta el fuego de mi andar…»

Por: Diego Rodarte

Celaya, Guanajuato

En la primera mitad del siglo XVIII una terrible sequía azotó  el pueblo y la hacienda de San Diego del Bizcocho, hoy municipio de San Diego de la Unión, Guanajuato, provocando hambre, mortandad de ganado e insalubridad, lo que propagó rápidamente la peste del «Matlazáhuatl» por la zona del Bajío, ocasionando la muerte de miles de personas.

Entre los sobrevivientes de esta calamidad, se encontraba un joven campesino llamado Laureano Collante, originario de la etnia de los «Guamares» ó «Chichimecas blancos». Tras perder a toda su familia a consecuencia de la peste, Laureano Collante decide abandonar su tierra llevando consigo una imagen de la Virgen de Guadalupe pintada en madera de mezquite, pidiéndole el milagro de salvarle la vida y llevarlo a tierras fértiles con gente buena; desde entonces, la Virgen de Guadalupe sería la encargada de guiar sus pasos.

Después de trabajar temporalmente en las estancias y Villas de Dolores y San Miguel el Grande, Laureano llegó a la Hacienda de San Luis Obispo o Cañada de Don Diego, donde se puso al servicio de don Octaviano Montelongo, propietario de la hacienda, quien con el paso de los años, al ver el trabajo y la honestidad de Laureano, lo convierte en su trabajador de confianza y le ofrece en matrimonio a alguna de sus tres hijas: Guadalupe, Petra y Catalina.

Por su especial devoción a la Virgen de Guadalupe y agradecido por haberle cumplido su deseo de encontrar trabajo en tierra fértil, Laureano eligió a Guadalupe, con quien procreó tres hijos: Cipriano, Simón y Carlos.

LOS PRIMEROS MILAGROS

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Con el inicio de la Guerra de Independencia, la situación de las haciendas del Bajío se hizo complicada, pues los peones se unían a las fuerzas Insurgentes, abandonando las siembras que dejaron de ser productivas. En agosto de 1817, tras las batallas del ejercito de Francisco Javier Mina contra Agustín de Iturbide y un fuerte sismo que afectó el centro y el occidente del país con una intensidad de «un credo y medio» que derribó las torres de la Catedral de Guadalajara, la hacienda «Don Diego» se vio severamente afectada, por lo que Laureano se vio obligado a buscar un sitio seguro para su familia y tomó la decisión de acercarse a la Ciudad de Celaya, encontrando cobijo en la Hacienda de San José de Yuste donde lo recibieron generosamente, otorgándole para la siembra  parte de los terrenos de mala calidad para el cultivo que Laureano acepta de buena voluntad.

En ese lugar, Laureano junto con su familia construyeron su jacal y dedican un espacio especial para el altar de la Virgen de Guadalupe, a quien le pidieron favorecer esas tierras haciéndolas productivas, lo que con el paso del tiempo y el trabajo duro de la familia se logró, notando como la tierra grisácea de la población con cada cultivo se convertía en tierra negra y productiva, lo que fue visto como un milagro de la Morenita.

Rápidamente la devoción por la imagen Guadalupana comenzó a crecer entre los habitantes de la región, y cada día eran más las personas que visitaban la casa de Lauerano, que agradecidas tomaban el agua del rocío de las mañanas que escurría del jacal para beberla y curar sus enfermedades. Con el paso de los años y al conocerse el milagro de la tierra, sus devotos le dieron el título de «La Virgen de Tierras Negras».

Un día, una vela que iluminaba el altar cayó provocando un incendio que consumió todo el jacal. Angustiada, la familia de Laureano comenzó a buscar entre los escombros y descubrieron con asombro que la imagen de la Guadalupana se encontraba intacta a pesar de estar pintada sobre madera de mezquite, un material que se consume fácilmente con el fuego, lo que fue considerado un nuevo milagro de la Virgen de Tierras Negras.

Con la consumación de la Independencia, la agricultura en esta zona comenzó a recuperarse, trayendo grandes beneficios para Laureano y su familia, además de que se intensificó la devoción a la Virgen, pues cada día llegaba más gente para venerarla.

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Para 1830, la Hacienda de San José de Yuste contaba con 20 familias y 45 individuos entre sirvientes y arrimados, por lo que la fiesta de la Virgen era cada vez más grande, pero esta situación alertó al dueño de la hacienda, quien temeroso de que se originara un nuevo pueblo dentro de sus tierras, le pidió a Laureano que se fuera de ahí.

El domingo siguiente, después de que la familia empacó sus cosas para su partida, dos jóvenes indígenas que eran perseguidos por un puñado de soldados llegaron con Laureano para pedirle ayuda y él, compadecido del apuro de aquellos dos jóvenes los escondió dentro de su jacal. Los soldados entraron y revisaron la pequeña casa, y para asombro de todos no encontraron a los perseguidos, por lo que los soldados se retiraron de ahí no sin antes amenazar de muerte a la familia de descubrirse su complicidad con los prófugos.

Al salir, los muchachos junto con la familia Collante dieron gracias a la Virgen por su protección y en agradecimiento, los jóvenes le dieron a Laureano parte del dinero que llevaban. Temerosos de que los soldados regresaran y conscientes de que el patrón había pedido que desocuparan sus tierras, los Collante emprendieron un nuevo viaje.

Fue así como llegaron a Celaya, estableciéndose en la Hacienda de Santa Anita, donde Laureano adoptó el apellido de Tierras Negras, rogándole a la Virgen para que bendijera aquellos terrenos para que dieran una buena producción, sembrando hortalizas y flores  que comenzaron a comercializar a la Ciudad de México, trayendo prosperidad a su familia.

Los devotos de la Virgen de Tierras Negras la siguieron hasta Celaya, iniciando así las peregrinaciones  de diferentes partes del Bajío que llegaban con grupos de concheros para que danzaran durante sus fiestas. A un costado de la casa de Laureano se improvisó una capilla de adobe que fue insuficiente para albergar a los fieles que visitaban a la Guadalupana y fue a la muerte de Laureano y su esposa que la sagrada imagen pasa a manos de su hijo Simón y su esposa Alejandra, quienes sufrieron los embates de la epidemia de cólera morbus que le arrebató la vida de sus hijos a  mediados del siglo XIX.

Al ver la necesidad de construir una nueva casa para la Virgen de Tierras Negras, Simón pidió al arzobispo  de Michoacán, Don Clemente de Jesús Munguía y Núñez, por mediación de Doña Emeteria Valencia de González y el Señor Cura de la ciudad, el permiso de construir un templo para Nuestra Señora de Guadalupe.

Una ves concedido el permiso, Simón Tierras Negras junto con su Esposa Alejandra y los vecinos del barrio, se dieron a la tarea de construir el nuevo templo, dejando los restos de Laureano y Lupita en la antigua capilla que hoy ocupa la sacristía.

Para cumplir en tiempo y forma con el compromiso de inaugurar el templo en 1862, Simón se vio en la necesidad de pedir un préstamo, pero el temor que dejó la invasión francesa debido a que los jóvenes eran llevados a la milicia y las jovencitas eran secuestradas y violadas por los soldados, aunado a los problemas del préstamo y la ausencia de gente, las fiestas del 12 de diciembre no se celebraron y se pospuso la bendición del templo para el 12 de enero de 1864.

LAS GORDITAS DE LA VIRGEN

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Para la inauguración se esperaban peregrinos de diferentes partes del centro de la República y la visita de personajes distinguidos como Eulogio Violante, prefecto de Celaya, Doña Emeteria Valencia de González, benefactora de la región y el arzobispo de Michoacán, Don Clemente de Jesús  Munguía Núñez, así como otras personalidades.

Entre los preparativos se formó una comisión para preparar los alimentos de los invitados, encabezada por Alejandra quien solicitó al señor Cura de Celaya le enviara algunas personas que conociera los gustos culinarios del arzobispo. El día del evento, llegaron ante Alejandra una anciana de piel clara y cabello cano que vestía una blusa de lino blanco acompañada de una jovencita morena que llevaba cubierta la cabeza, pues tenía una actitud tímida pero muy agradable.

Alejandra, apenada por lo limitada que se encontraba con los ingredientes, le preguntó a la joven que podían hacer, a lo que la niña morena respondió: «preparen un poco de masa de maíz, queso, chile y manteca, y preparen gorditas. También con masa, leche y piloncillo preparen atole». Alejandra pidió a sus compañeras que la ayudaran a recolectar los ingredientes entre los vecinos para preparar la comida bajo la supervisión de la joven y la anciana, quienes al ver el trabajo concluido pidieron que se les permitiera ver la imagen de la Virgen  y dándoles su bendición entraron en el templo.

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Momentos después llegaron dos señoras que venían de parte del Cura de Celaya y de Doña Emeteria para ayudarlas a preparar la comida, pero Alejandra les responde que terminaron gracias a la ayuda de la anciana y la jovencita, y para salir de dudas mandaron a un niño que fuera a buscarlas a la iglesia. Para sorpresa de todos, el niño no encontró a las dos mujeres y como nadie las vio salir, las buscaron por todas partes sin éxito alguno.

Una vez frente al altar, Alejandra y sus compañeras notaron el parecido de la anciana con la Señora Santa Ana y el rostro de la joven con el de la Virgen. Terminada la fiesta, al ver que todos habían comido con lo poco que tenían, dieron gracias a la Virgen y a la Señora Santa Ana por este nuevo milagro, y adoptaron así la «receta de la Virgen» para crear las famosas gorditas del barrio de Tierras Negras.

Fue así como se estableció que la fiesta de la Virgen de Tierras Negras se celebrara cada 12 de enero, dejando la fiesta del 12 de diciembre como la llamada «fiesta chica» mientras que la fiesta de enero se celebra con gran júbilo y alegría, pues llegan hasta este lugar peregrinos provenientes de toda la República Mexicana, con una fuerte presencia de concheros y todo tipo de manifestaciones de fe y amor a la protectora y guía de Laureano Collante.

EL ROBO DE LA IMAGEN

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El 9 de julio de 2009 el barrio de Tierras Negras sufrió uno de los acontecimientos más dolorosos que se recuerdan en esa comunidad. Aquel fatídico día, sin darse cuenta, la sagrada imagen de la Virgen de Guadalupe fue robada de su altar.

Este hecho fue reportado a las autoridades quienes iniciaron las investigaciones correspondientes. En respuesta por aquel delito, los fieles, encabezados por el Padre Rogelio Segundo Escobedo, iniciaron una serie de manifestaciones y jornadas de oración para pedir por el regreso de la imagen de la Virgen y que las autoridades resolvieran el caso lo antes posible.

Los habitantes de Tierras Negras cuentan que durante la ausencia de la Virgen ocurrieron una serie de milagros, pues muchos enfermos desahuciados recuperaron la salud gracias a la intercesión de la Morenita.

Para sorpresa de todos, después de un año de ayuno y oración comunitaria, el 6 de diciembre de 2010, la imagen de la Virgen de Tierras Negras fue encontrada en el atrio de la iglesia de San Antonio dentro de una bolsa oscura, hecho que fue notificado al Padre Rogelio Segundo, quien de inmediato la llevó de regreso a su templo para mostrarla a sus fieles.

Este nuevo prodigio fue motivo de fiesta y alegría para todo el barrio de Tierras Negras, pues la Señora del Cielo escuchó las súplicas de su pueblo que con lágrimas en los ojos imploraba que regresara aquella pequeña imagen que un día llevara consigo un joven campesino que puso su fe y su destino bajo la guía de la Gran Madre de Dios.

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