La Bendición de los animales

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Por: Diego Rodarte

Una tradición que sigue viva en el pueblo de Xochimilco es la bendición de los animales, un ritual que tiene lugar cada año el 17 de enero, fiesta de San Antonio Abad, quien de acuerdo con la creencia popular protege a los animales de toda epidemia o desgracia y asegura el resultado de una buena crianza.

Cuentan los mayores que muchos años atrás, el día de San Antonio Abad, los campesinos se congregaban junto con sus animales de campo en el atrio de la Parroquia de San Bernardino de Siena para recibir la bendición, pues los animales son criaturas del buen Dios que además de brindar compañía, ayudaban en las labores del campo o servían de alimento para el consumo humano.

Con el paso de los años y la urbanización del centro de Xochimilco  fue disminuyendo el número de personas que acuden a esta celebración, sin embargo, todavía hay quienes asisten para llevar a sus mascotas a bendecir. Perros, gatos, pericos, canarios, conejos, hamsters, urones, cuyos, tortugas, peces y hasta iguanas forman parte del desfile de animales que se congregan en el atrio de la Parroquia de San Bernardino de Siena donde el Párroco realiza una oración de bendición y rocía con agua bendita una a una las mascotas que en ocasiones van adornadas con moños de color rojo.

Es por la tarde cuando los vecinos del barrio de San Cristóbal Xallán, acuden a la capilla del barrio para bendecir a sus mascotas en una sencilla pero curiosa y emotiva ceremonia, principalmente para los niños que abrazan a sus mascotas para recibir la bendición de Dios. A esta celebración se suman los vecinos de los barrios vecinos de San Francisco Caltongo, Santa Crucita, La Santísima entre otros.

Cabe señalar que esta tradición llegó a México en el siglo XVII y se extendió por todo el país, por lo que en distintas Parroquias y capillas, principalmente aquellas dedicadas a este Santo Ermitaño considerado patrón de los animales, pero también de quienes tejen canastos y de los sepultureros.

SAN ANTONIO ABAD

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Nació en Heracleópolis Magna en Egipto, África en el año 251 d.C. y murió en el 356 d. C. Fue un monje cristiano y fundó el movimiento eremítico.

De pequeño, pese a que no sabía leer ni escribir recibió una buena educación cristiana. A los veinte años quedó huérfano de padre y madre y al entrar a una iglesia oyó leer aquellas palabras de Jesús: «Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes y dalo a los pobres». Se fue entonces, vendió las tierras que sus padres le habían dejado en herencia y repartió el dinero a los necesitados. Lo mismo hizo con sus casas y mobiliario. Sólo dejó una pequeña cantidad para vivir él y su hermana.

Pero luego oyó leer en un templo aquella frase de Cristo: «No os preocupéis por el día de mañana», y vendió el resto de los bienes que le quedaban y asegurando en un convento de monjas la educación y el futuro de su hermana, repartió todo lo demás entre la gente más pobre y se quedó en absoluta pobreza, confiado sólo en Dios. Se retiró a las afueras de la ciudad a vivir en soledad y oración. Vivía cerca de algunos monjes que habitaban por allí y de ellos fue aprendiendo a orar y a meditar. Le enseñaron a leer y su memoria era tal que lo que leía lo aprendía sin problemas.

Aprendió a tejer canastos, y con el trabajo de sus manos conseguía su sustento y aún le quedaba para ayudar a los pobres. Su fervor era tan grande que tan pronto oía hablar de algún monje o ermitaño muy santo y se iba hacia donde él a escuchar sus consejos y tratar de aprender cómo se llega a la santidad.

Pero el demonio empezó a traerle temibles tentaciones y le presentaba en la imaginación toda clase de imágenes impuras. Pero él recordando aquella frase de Jesús: «Vigilad y orad para no caer en la tentación», se puso a vigilar sus sentidos  para que ninguna mala imagen o atracción lo sedujeran, refugiándose en la oración y el ayuno.

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Un día el demonio enfurecido porque no lograba vencerlo le dio un golpe tan violento que el santo quedó como muerto. Vino un amigo y creyéndolo ya cadáver se lo llevó a enterrar, pero cuando ya estaban disponiendo los funerales, Antonio recobró el sentido y se volvió a su choza para orar y meditar. Allí le dijo a Nuestro Señor: ¿Adónde te habías ido mi buen Dios cuando el enemigo me atacaba tan duramente?» Y una voz del cielo le respondió: «Yo estaba presenciando tus combates y concediéndote fuerzas para resistir. Yo te protegeré siempre y en todas partes».

A los 35 años de edad, Antonio sintió una voz interior que lo invitó a dedicarse a la soledad absoluta. Hasta entonces había vivido en una celda, no muy lejos de la ciudad y cerca de otros ascetas y se fue lejos al otro lado del río Nilo. Encontró un cementerio abandonado y allí se quedó a vivir. A los 55 años, para satisfacer la petición de muchos hombres que le pedían les ayudara a vivir vida de ermitaños, organizó una serie de chozas individuales, donde se practicaba una pobreza heroica.

Cuando estalló la persecución contra los cristianos, Antonio se fue con algunos de sus monjes a la ciudad de Alejandría para animar a los fieles a preferir perder todos sus bienes y hasta la misma vida con tal de no renegar de Cristo y de su santa Iglesia. Los paganos no se atrevieron a hacerle daño porque la gente lo veneraba como un hombre de Dios.

En los últimos años de su vida era muy visitado por peregrinos que iban a pedirle consejos. El hacía que sus monjes más santos y más sabios los aconsejaran y luego reuniendo al atardecer a todos los peregrinos les hacía algún pequeño sermón. Murió con más de cien años pero conservaba buena la vista y buena memoria.

Antes de morir hizo jurar a sus discípulos que no contarían dónde estaba enterrado para que las gentes no tuvieran el peligro de dedicarse a rendirle cultos desproporcionados.

PATRONO DE LOS ANIMALES

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En el texto que hizo san Jerónimo sobre la vida de San Pablo el ermitaño se cuenta que Antonio fue a visitarlo en su edad madura y lo dirigió en la vida monástica. Un cuervo que traía diariamente un pan a Pablo recibió al abad trayéndole un pan también a él. Cuando murió Pablo, Antonio lo enterró con la ayuda de dos leones y otros animales. Es por eso que es el patrón de los animales y de los sepultureros.

Pero la historia más popular en torno a San Antonio Abad cuenta que una vez se le acercó una jabalina con sus cachorros que estaban ciegos. La jabalina estaba en actitud de súplica. Antonio curó a los cachorros de su ceguera y desde entonces la madre no se separó de él y le defendió de cualquier alimaña que se acercara. Es por eso que a San Antonio Abad se le representa con un cerdito o un jabalí a su lado.

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