La Virgen de la Rosa

«Tú eres la flor más bonita, la estrella que brilla mejor».

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Por: Diego Rodarte

Catedral de Guadalajara, Jalisco

Sin duda, la Catedral  de la Asunción de María Santísima de Guadalajara es uno de los monumentos más representativos de la tierra tapatía y en cuyo interior se conservan grandes tesoros que son reliquias de fe que guardan historias muy singulares, una de ellas es la bella imagen de la Virgen de la Rosa, una escultura tallada en madera que representa a la Virgen María con el Niño Jesús en brazos y que fue considerada la primera patrona de Guadalajara.

Se dice que Carlos V, rey de España, tenía la costumbre de enviar objetos de culto a los pueblos conquistados, entre ellos ornamentos e imágenes religiosas, por lo que en 1548 obsequió al Reino de la Nueva Galicia (hoy ciudad de Guadalajara) cuatro imágenes de la Virgen María que fueron recibidas  por los franciscanos, quienes se quedaron con dos imágenes, enviando una a Poncitlán y la otra se la dieron a los fundadores de Guadalajara, quienes la colocaron en la iglesia de San Miguel, primer templo construido en la ciudad con adobe y paja en 1541. La Virgen fue bien recibida por los vecinos del lugar y se le dio el título de Nuestra Señora de la Rosa por llevar un ramillete de rosas de lienzo en su mano derecha.

En 1561, Fray Pedro de Ayala colocó la primera piedra de la actual catedral y fue consagrada el 19 de febrero de 1618. Ese mismo día fueron trasladados con mucha solemnidad el Santísimo Sacramento y la Virgen de la Rosa. Una vez entronizada en la catedral, la Virgen de la Rosa fue ataviada con las más ricas vestimentas de tisú y ostentaba un ancho resplandor, además de un manto muy tendido como de mariposa, tenía un peto adornado con piedras preciosas que le fue regalado por el obispo Francisco de San Buenaventura Martínez de Tejada y Diez de Velasco; lucía un collar de oro con 137 brilantes, donado por el canónigo y tesorero de la catedral, Gabriel Leñero.

El Niño Jesús portaba un collar de oro mientras la Virgen de la Rosa sostenía un rosario de oro y perlas finas y posaba sobre una media luna y una peana de plata. En mayo de 1761, el canónigo Salvador Jiménez Espinoza de los Monteros, obsequió una rica corona que pesaba «diez castellanos de oro» y que estaba enriquecida con 415 brillantes, 382 esmeraldas, 26 rubíes, un topacio y una amatista, además de decorar su nicho con vistosos ornamentos de plata.

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Tanta ostentación no podía pasar desapercibida ante los ojos de los delincuentes y en el año de 1818, un ladrón aprovechó la oscuridad de la noche para entrar a la catedral y robar las joyas de la Virgen forzando la puerta del nicho, tomando las alhajas y la corona del Niño Jesús, pero cuando iba a robar las joyas de la Virgen, sintió la mano del Niño que lo detenía con fuerza y escuchó una voz que le decía: «A mi sí, a mi madre no». Impresionado por este hecho, el delincuente se desmayó y cayó al piso.

Al día siguiente, el sacristán mayor y los sirvientes de la catedral encontraron al hombre, quien al volver en sí confesó sus intenciones y aquel misterioso suceso, y sin más remedio lo entregaron a las autoridades.

Se dice que entorno a la Virgen de la Rosa se realizaban grandes y ostentosas celebraciones, sin embargo, a mediados del siglo pasado, el canónigo de la catedral, Gutiérrez Guevara tomó la decisión de despojar a la imagen de sus ricas vestimentas para poder apreciarla en su talla original, pero la escultura estaba tan deteriorada que los fieles la «desconocieron» argumentando que se trataba de otra imagen, por lo que comenzaron a ignorarla y con el paso del tiempo la devoción a la Virgen de la Rosa quedó en el olvido.

Actualmente, la Virgen de la Rosa se conserva en su nicho a lado derecho del altar de la Catedral de Guadalajara; sostiene una rosa en su mano derecha y un rosario en la mano izquierda y llama la atención que el Niño Jesús sostiene en su mano un periquito verde del que se desconoce su significado. Aunque la festividad y la devoción a esta advocación Mariana se ha perdido, no faltan los fieles que aún le rinden honor y reverencia al pasar frente a Ella y reconocerla como parte de la historia de la ciudad de Guadalajara.

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