«Siguen siendo sus ojos las claras fuentes del perdón, sus mejillas las primaveras del hombre en la aflicción, sus manos enlazadas ante las injusticias humanas, su presencia de Rey de todos los corazones».
Por: Diego Rodarte
En medio de la modernidad y la urbanización de la alcaldía Benito Juárez aún se mantiene viva la esencia de un pueblo cuyas costumbres y tradiciones se niegan a desaparecer. Se trata de Santa María Nativitas Tepetlatzingo, un pueblo con raíces prehispánicas que desde hace algunas décadas es el hogar del Señor de los Prodigios, un Cristo del siglo XVI que fue venerado por las madres Concepcionistas y que durante muchos años encabezó las procesiones del Viernes Santo que se realizaban en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
EL ORIGEN DE LA IMAGEN
No existen datos precisos de cuándo fue elaborada la imagen del Señor de los Prodigios, pero por su manufactura y antigüedad se sabe que fue hecha con la técnica de pasta de caña como muchas otras imágenes del siglo XVI y fue venerado en el Templo de Nuestra Señora de Balvanera perteneciente al convento de las Religiosas Franciscanas de la Concepción fundado en 1573.
Antiguamente la sagrada imagen era conocida con el nombre de Jesús de la Penitencia y se encontraba en un reducido altar de una capilla interior del convento de las Concepcionistas sin recibir mayor culto por parte de las religiosas ya que la imagen les provocaba cierto temor debido a su gran tamaño además de que su aspecto desolado y maltratado, más allá de inspirar compasión provocaba miedo, por lo que se encontraba en el abandono. Solamente una sirvienta del convento de nombre Juana, que padecía sordera, era la única que procuraba el altar del Señor y lo arreglaba durante la temporada de cuaresma.
Fue el 8 de diciembre de 1715 durante el rosario que las religiosas ofrecían como parte de los festejos de la Inmaculada Concepción, cuando la Madre María Teresa de San Miguel notó que el Señor irradiaba una luz y vio con sorpresa que el rostro se había renovado. Admirada por aquel acontecimiento, hizo notar a sus hermanas aquel milagroso cambio y de inmediato, las religiosas fijaron sus ojos en el rostro del Nazareno que irradiaba de tal manera que parecía que todo a su alrededor se renovaba con Él.
Aquel acontecimiento fue notificado a las respectivas autoridades religiosas quienes iniciaron un juicio canónico sobre aquel hecho extraordinario, encabezado por Don Carlos Bermúdez, quien después de estudiar el caso con ayuda de algunos peritos que estudiaron el rostro y tras llamar a comparecer a testigos y seglares cercanos a la imagen antes y después de la renovación, declararon bajo juramento «que la renovación era obra del cielo y de artificio superior».
Fue entonces que Jesús de la Penitencia cambió su nombre por el de El Ecce Homo Renovado de Balvanera y la fama de aquel prodigio dio inicio al culto de la sagrada imagen logrando la conversión de muchos y acrecentando la devoción.
Pero tres meses después, en marzo de 1716 un incendio provocado por la caída de un cirio destruyó la capilla reduciendo a cenizas todo lo que se encontraba a su paso, pero para sorpresa de todos, la imagen del Señor junto con su altar se encontraban intactos y como prueba del milagro, el pie derecho de la imagen irradiaba luz, como si ahí hubiese contenido el fuego que quería destruirlo.
Ante este hecho, la imagen fue trasladada de la capilla del convento al Templo de Balvanera el 6 de agosto de 1716 en una solemne procesión en la que participaron diversas cofradías. Sucedió que durante la procesión un cohetón golpeó la frente de una jóven causándole daños severos al grado que la daban por muerta, pero para sorpresa de todos la jóven sobrevivió a este accidente por intervención del Señor quien la libró de la muerte y la conservó por muchos años sin secuelas.
Al término de la procesión, el Nazareno fue entronizado en el presbiterio del Templo de Balvanera, dónde se le construyó un hermoso altar con una considerable suma de dinero que un desconocido donó para la construcción de dicho altar.
PROCESIONES PENITENCIALES
Como parte de los oficios propios de la Semana Santa en el siglo XVIII, se realizaban las Procesiones de Penitencia del Viernes Santo por las calles de la Nueva España en la que tenía lugar la del Templo de Balvanera a las tres de la tarde y era presidida por el Señor de los Prodigios junto con las imágenes de Dimas el buen ladrón, El Señor de las Tres Caídas, Nuestra Señora de la Soledad y el Santo Entierro, que eran llevadas en andas cargadas por los llamados nazarenos acompañados por el clero y los fieles.
En 1736 una terrible peste azotó la Ciudad de México provocando la muerte de cientos de personas y dejando decenas de niños huérfanos que vagaban por las calles, mientras que los esfuerzos de las autoridades civiles fueron insuficientes para atender la emergencia. Fue entonces que un grupo de sacerdotes tomaron la iniciativa de realizar una Procesión Penitencial en honor al Ecce Homo Renovada de Balvanera para pedir un milagro a la prodigiosa imagen.
El 20 de enero de 1737 comenzó una jornada de oración de siete días en honor a la Preciosísima Sangre de Cristo con los respectivos oficios que se acostumbraban en esos casos y actos de penitencia como desagravio. El domingo 27 de enero se llevó a cabo la Procesión de Penitencia con el Ecce Homo en la que participó el Clero secular y religioso, cofradías e innumerables devotos del Señor Renovado de Balvanera.
Aquel día, el Señor era conducido en un anda de plata que le fue obsequiada a raíz del milagro de su renovación, pero al pasar por una calle estrecha, el anda dio un vaivén tan brusco que estuvo a punto de tirar la imagen, pero el Cristo cambió la posición de sus piernas provocando el asombro de quienes lo conocían, pues la pierna izquierda se había inclinado hacia dentro mientras que la derecha se extendió de tal modo que parecía que el Señor guardó el equilibrio en esta posición para no caer en tierra.
Este suceso fue tomado como otro prodigio que acrecentó la devoción de los fieles, aumentando el número de personas que se integraban a la cofradía y que lo visitaban en el Templo de Balvanera.
EL SEÑOR QUEDA EN EL OLVIDO
Con la expropiación de los bienes de la iglesia, el Señor de los Prodigios fue trasladado al Colegio de las Vizcaínas para para protegerlo de alguna profanación, ya que las Leyes de Reforma no aplicaban al Colegio por tratarse de un lugar de educación secular, por lo que todos sus bienes quedaban protegidos. Pero con la restauración de la capilla del Colegio en la que se veneraba al Señor de los Prodigios, la imagen fue guardada en una bodega, quedando en la oscuridad y en el olvido.
Fue hasta 1938 cuando el Licenciado Gonzalo Obregón encontró al Ecce Homo mientras se realizaba el inventario del Colegio para formar un museo artístico y consideró que una imagen que había tenido tanta relevancia debía de ser expuesta nuevamente al culto público, por lo que fue llevada nuevamente y en secreto al antiguo Templo de Balvanera.
En agosto de 1947, Sor María Concepción del Corazón del Divino Niño y de Jesús Crucificado, Religiosa del Convento de la Natividad de Nuestra Señora y de Regina Coeli, mientras revisaba los viejos libros del convento, encontró datos sobre el Ecce Homo Renovado del Monasterio de Balvanera que describía el insólito acontecimiento de la renovación de la imagen, lo que movió a la religiosa a buscar la prodigiosa imagen durante dos años sin éxito.
Tras una minuciosa investigación, en junio de 1949 Sor María Concepción regresó a la iglesia de Nuestra Señora de Balvanera con la esperanza de obtener una pista sobre la imagen original, pero la restauración del templo hacía difícil su tarea y mientras tomaba las medidas para hacer una capa a una imagen del Divino Preso, volteó pensando que alguien la llamaba y al observar al fondo de la Iglesia, advirtió una escultura de tamaño desproporcionado en medio del polvo de la restauración y al acercarse para examinarla, supo con certeza que había encontrado la milagrosa imagen.
De inmediato, la religiosa se puso en contacto con el encargado de la restauración y con los permisos pertinentes, el 8 de julio de 1949, el Señor fue trasladado al convento de Regina Coeli, donde fue recibido con solemnidad y devoción por las religiosas. Fue en este lugar cuando la devoción al Ecce Homo recobró fuerza gracias a los milagros que realizaba, uno de ellos ocurrió mientras era examinado para su restauración.
El restaurador español Don Paulo Almela fue el comisionado para restaurar la escultura del Señor de los prodigios y consideró pertinente retirar dos de las tres capas de pintura que recubrían la escultura, dejando solamente la primera capa de policromía, pero las madres se opusieron, alegando que la segunda capa correspondía a la renovación milagrosa.
Días después, las religiosas notaron que la llaga del hombro derecho desprendía calor, hecho que notificaron al señor Almeda quien no dio crédito a lo que las monjas contaban, pero al observar como le colocaban lienzos mojados a la llaga y esta vaporizaba al retirarlos como si se tratara de un fomento real, el restaurador juzgó prudente no intervenir, pues se trataba de una obra del cielo.
Fue tal la cantidad de milagros que el Señor concedió a sus fieles, que con el tiempo cambió su nombre por el de El Señor de los Prodigios, ya que sus devotos expresaban su gratitud al Nazareno con la frase: «El señor me concedió un prodigio» o bien «el Señor es verdaderamente prodigioso».
EL TEMPLO ACTUAL Y SU FIESTA
Pero la mayor afluencia de fieles fue rompiendo con la paz del convento, por lo que las religiosas se vieron en la necesidad de donarlo a un templo de mayores dimensiones. Al mismo tiempo, en la colonia Independencia en el pueblo de Santa María Nativitas Tepetlatzingo se proyectaba la construcción de un templo que no contaba con un santo titular, por lo que las madres Concepcionistas decidieron donar la imagen a dicho templo, con la condición de que el Señor de los Prodigios fuera el santo patrono del lugar.
Fue así como el 3 de mayo de 1951, el Señor de los Prodigios fue trasladado a una capilla provisional mientras se iniciaba la construcción de su templo que en sus inicios estuvo a cargo de los Siervos de María, pero tres meses después, por razones desconocidas, renunciaron a la construcción de la iglesia, por lo que la obra pasó a manos de la Congregación de Misioneros Josefinos, que actualmente son los custodios de la sagrada imagen del Señor de los Prodigios.
Desde entonces, el primer domingo de julio, el pueblo de Nativitas celebra con júbilo la fiesta del Señor de los Prodigios, dentro de la solemnidad de la Preciosa Sangre de Cristo.
La fiesta inicia con las vísperas la tarde del sábado con una procesión por las calles de la colonia Independiencia en la que participan los pueblos originarios, acompañados por la música del mariachi. Al finalizar la procesión se lleva a cabo la solemne misa de vísperas en la que se bendice la vestimenta que portará el Señor durante todo el año, a este momento se le conoce como el cambio de vestimenta, en la que la familia que dona el manto sube al nicho para tener el honor de cambiar a la sagrada imagen, posteriormente, la túnica que usó el Cristo es expuesta para que los fieles puedan tocarla y venerar de esta manera al Señor de los Prodigios.
El domingo los festejos inician con las tradicionales mañanitas mientras que en las calles se concentran grupos de concheros, aztecas y chinelos, que ofrecen sus danzas y elevan sus alabanzas al Señor de los Prodigios, perfumando el aire con el aroma del copal y rompiendo el silencio con sus instrumentos, coloreando el paisaje urbano de este sector de la Benito Juárez.
Aunque pareciera que la modernidad invade estas zonas de la Ciudad de México, aún existen familias nativas de los pueblos originarios que conformaron esta zona de la ciudad y que se sienten orgullosas de sus tradiciones, pero también existe la preocupación de que estas costumbres se pierdan, sin embargo, la llegada del Señor de los Prodigios hace 67 años, viene a reforzar no solo la identidad de estos pueblos, también la fe y devoción a quien consideran su protector, que sigue obrando grandes prodigios a quien con fe viva solicita su gloriosa intervención.
Fuente: P. Enrique Galindo, M. J. Datos históricos sobre la imagen del Señor de los Prodigios. México 1964, segunda edición
Agradecimientos: Hermano Luis – Misionero Josefino, Jorge Jovani Leyva Velasco