«Milagroso Señor del Veneno, Cristo negro de brazos rígidos y yertos, al contemplarte en esa Cruz, con tu cuerpo llagado de amores y con los clavos de mis pecados traspasado, quiero compartir tus dolores».
Por: Diego Rodarte
Al llegar la orden religiosa de los Dominicos a la Nueva España, en agosto de 1602, trajeron consigo varias imágenes religiosas, entre ellas una talla de Nuestro Señor Jesucristo elaborada con pasta de caña y de color blanco que entronizaron en el seminario de Porta Coeli que en latín significa «Puerta del Cielo».
En esa iglesia había un sacerdote que honraba al Cristo con especial veneración, pues al termino de cada misa tenía la costumbre de dedicarle una breve oración y le besaba devotamente los pies. Cierto día, el sacerdote escuchó la confesión de un hombre que había cometido un asesinato. El padre, en un acto de compasión le dijo que Dios le perdonaría ese terrible pecado siempre y cuando se arrepintiera de corazón y se entregara a las autoridades.
El hombre salió muy molesto por aquella respuesta del sacerdote y temeroso de que rompiera con el secreto de confesión, comenzó a idear un plan para deshacerse de él y todos los días lo vigilaba sin que se diera cuenta. Al percatarse que siempre besaba los pies del Cristo, tuvo una macabra idea.
Un día, cerciorándose de que nadie lo observaba, el hombre se acercó al Cristo y bañó los pies de la sagrada imagen con un potente veneno a fin de que el sacerdote lo absorbiera al momento de besarlos, lo que lo llevaría a una muerte inmediata.
Aquella tarde, el sacerdote oficiaba la Santa Misa sin imaginar lo que sucedería. A lo lejos, el asesino observaba detenidamente para asegurarse que se cumpliera su objetivo y al momento en que el clérigo se disponía a besar la imagen, el Cristo encogió sus pies y al instante se tornó de color negro, absorbiendo aquel poderoso veneno y la maldad que había en el corazón de aquel hombre, salvando la vida del sacerdote.
Todos los presentes quedaron admirados ante aquel prodigio, y el criminal cayó de rodillas ante el sacerdote para pedirle perdón por aquel atentado. Desde entonces, el Cristo ha sido venerado bajo la advocación de «El Señor del Veneno».
Con el cierre de la iglesia Porta Coeli al culto público, en 1935, la imagen del Señor del Veneno fue trasladada a la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México y entronizada en el altar del perdón, donde diariamente recibe la visita de fieles que aseguran que el Señor absorbe sus males, enfermedades y problemas, otorgando a sus devotos los milagros que con fervor le piden.
Actualmente, el templo de Porta Coeli, ubicado en la calle Venustiano Carranza, es administrado por la iglesia Greco-Melquita Católica y en la entrada conserva un Cristo negro, rememorando el lugar donde ocurrió el milagro.