«Yo soy el pan de vida y con ustedes me quedé, me entrego como alimento, soy el misterio de la fe»
Por: Diego Rodarte
El jueves posterior al domingo de la Santísima Trinidad, la iglesia celebra la Solemnidad de Corpus Christi, que recuerda el misterio en el que Jesucristo transforma el pan en su carne y el vino en su sangre convirtiéndose en presencia viva en la Sagrada Eucaristía instituida la noche del Jueves Santo.
El origen de esta fiesta surge de la inspiración y la devoción de Santa Juliana de Mont Cornillon, monja Agustina que amaba profundamente a Jesús Sacramentado y que en repetidas ocasiones se preguntaba por qué no había una fiesta dedicada al Santísimo Sacramento en la que se pudiera celebrar con regocijo fuera del silencio y la solemnidad de los días santos.
En una ocasión, Santa Juliana tuvo una revelación de la luna llena con un hueco obscuro en el centro, que representaba la ausencia de esta festividad dentro de la iglesia, lo que la llevó a hablar con el Obispo Roberto de Thorete, quien impresionado por las palabras de Santa Juliana, convocó a un sínodo en 1246 en el que decretó que la fiesta se llevara a cabo el año siguiente, celebrándose por primera vez en Bélgica en la ciudad de Liège en 1247.
El 8 de septiembre de 1264, el Papa Urbano IV extendió la fiesta de Corpus Christi a todo el mundo a través de la bula “Transiturus” en la que decretó que esta celebración debía llevarse a cabo el jueves posterior a la fiesta de la Santísima Trinidad otorgando indulgencias a todos los fieles que asistieran a misa y al oficio compuesto por Santo Tomás de Aquino, considerado uno de los más hermosos del breviario Romano, pero la muerte del Papa ocurrida un mes después obstaculizó que se difundiera la fiesta.
Fue hasta el pontificado de Clemente V, en el concilio general de Viena en 1311, cuando se ordenó nuevamente la institución de la festividad de Corpus Christi, pero es hasta el Concilio de Trento donde se declara que determinado día festivo debe celebrarse al Santísimo Sacramento con singular veneración y solemnidad, trasladándolo reverentemente por las calles y lugares públicos, dando lugar a grandes e imponentes procesiones con el Santísimo Sacramento.
LA FIESTA DE CORPUS CHRISTI EN MÉXICO
La celebración de la fiesta del Cuerpo de Cristo en tierras mexicanas comenzó en 1526 y se distinguía por adorar a Jesús Sacramentado con la celebración de la Santa Misa seguida de una imponente procesión en la que el arzobispo portaba al Santísimo Sacramento bajo palio y era escoltado por autoridades eclesiales, virreinales, cabildo, cofradías, el ejército y el pueblo.
Con el paso del tiempo, en el centro de la Ciudad de México se congregaban grupos de campesinos que vestían de forma impecable y que traían consigo sus mulas cargadas con frutos y artesanías que transportaban en huacales para ofrecerlas a Dios como muestra de agradecimiento y participar en la vendimia que se realizaba en lo que hoy conocemos como el Zócalo.
Este día también se celebra a las personas que llevan el nombre de Emmanuel o Manuel, que significa Dios con nosotros, nombre que nos recuerda que Dios se quedó en medio de nosotros escondiendo su presencia viva en la Sagrada Eucaristía.
EL DÍA DE LAS MULAS
Dice un viejo dicho “eres más terco que una mula”, comparando a este animal de carga que cuando no quiere caminar, simplemente no lo hace, con personas de carácter necio que no escuchan razones, sin embargo, este dócil animal que durante muchos siglos ha formado parte del trabajo del hombre ha dado una gran lección a personas que reniegan de la presencia viva de Cristo en la Sagrada Eucaristía.
Cierto día, un hereje retó a San Antonio de Padua: “convierte a mi mula” le dijo en tono de burla y el santo, accediendo a su petición, le pidió a aquel hombre que dejara a su mula sin comer durante tres días. Transcurrido este tiempo, San Antonio y el hereje se volvieron a encontrar: “pon paja fresca de tu lado” le dijo San Antonio al hereje; este lo hizo burlándose todo el tiempo; después soltó a la mula hambrienta, quien naturalmente se dirigió a la paja fresca, pero en ese momento San Antonio elevó una hostia consagrada y de inmediato la mula corrió hacia San Antonio y doblando la rodilla reverenció la Eucaristía en tres ocasiones. Cuentan que aquel hereje quedó tan impresionado con este hecho que se convirtió en el hombre más devoto de toda la comarca.
Otra historia nos cuenta que en la Ciudad de México, un hombre llamado Ignacio tenía dudas acerca de su vocación sacerdotal y un Jueves de Corpus le pidió a Cristo una señal. Esa misma tarde, al pasar el Santísimo Sacramento frente a Ignacio pensó: “Si Dios estuviera presente, hasta las mulas se arrodillarían” en ese momento, la mula del hombre se arrodilló e interpretando esto como una señal, Ignacio se consagró a Dios como sacerdote y se dedicó a transmitir las riquezas de la Eucaristía.
Estas historias, junto con los llamados Milagros Eucarísticos reconocidos por la iglesia católica han reforzado la devoción a Jesús Sacramentado y entorno a este día han surgido una serie de tradiciones que llenan de color esta festividad convirtiendo el Jueves de Corpus en una fecha de especial regocijo, tal y como lo deseaba Santa Juliana.
EN NUESTROS DÍAS
Con la promulgación de las leyes constitucionales de 1917 y las persecuciones religiosas en México de 1926 a 1929, las grandes procesiones que eran consideradas actos de culto público fueron suprimidas y se limitaron a los atrios de las iglesias. Con los acuerdos y libertades que el gobierno de México otorgó a la Iglesia, se volvieron a retomar estos recorridos solemnes, principalmente por las calles del centro Histórico de la Ciudad de México, donde el Arzobispo Primado de México realizaba la misa solemne del Jueves de Corpus y una procesión por la Avenida 20 de noviembre hasta la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción de México, donde se reservaba al Santísimo Sacramento.
En otras comunidades también se llevan a cabo estas procesiones en la que los tapetes de aserrín adornan el paso del Santísimo Sacramento, pero en la mayoría de los casos, la festividad se lleva a cabo en el interior del atrio de las parroquias donde se colocan capillas pozas adornadas con pan, trigo y frutas de temporada, así como algunos elementos tradicionales que distinguen a la comunidad para honrar a Jesús Sacramentado.
Por supuesto, no pueden faltar los niños vestidos con trajes indígenas, tal y como lo hacían los campesinos en la época Virreinal, portando canastas con frutas, huacales, bules y ataviados con trajes bordados, en el caso de las niñas y trajes de manta en el caso de los niños. También es costumbre encontrar a las afueras de la iglesia las mulitas hechas con hoja de maíz o de barro y que suelen intercambiarse en este día, recordando que este animalito, que suele ser muy terco también reconoce la presencia viva de Cristo en medio de nosotros.
Cabe señalar que la Eucaristía merece ser tratada con dignidad y respeto en todos los sentidos, tanto en la Santa Misa como manifiesta en la custodia o reservada en el sagrario, por lo que ninguna ideología modernista debe de profanar este signo de amor en el que Cristo se entrega en plenitud para morar en el corazón de cada ser humano y estar cerca de nosotros. Es verdad que cualquier acto de adoración que nazca del corazón es agradable a Dios, siempre y cuando no rompa con la solemnidad que merece ni ridiculice su gloria y majestad.