
Por: Lic. Humberto Raí Ramírez Jiménez
Una de las figuras más importantes en cuanto a las devociones a los santos durante el virreinato en México fue la devoción a San Juan Nepomuceno, uno de los santos más venerados en la tradición católica, especialmente en Europa Central y América Latina. Su vida y martirio han inspirado una profunda devoción, debido a su fidelidad a la confesión y su defensa del secreto sacramental.
San Juan Nepomuceno nació alrededor de 1345 en Pomuk, en la región de Bohemia (hoy República Checa). Se ordenó sacerdote y se convirtió en vicario general del arzobispo de Praga. Su vida de piedad y su dedicación al sacramento de la confesión lo hicieron popular entre los fieles. Sin embargo, su firme postura en la defensa del secreto de confesión lo puso en conflicto con el rey Wenceslao IV.
La leyenda más conocida sobre San Juan Nepomuceno es que fue el confesor de la reina de Bohemia. Según la tradición, el rey Wenceslao sospechaba de la fidelidad de su esposa y exigió a Juan que revelara lo que la reina había confesado. Juan se negó rotundamente, manteniendo su compromiso con el secreto de confesión. Esta negativa provocó la ira del rey, quien ordenó que Juan fuera torturado y arrojado al río Moldava desde el puente de Carlos en Praga en 1393. Su cuerpo fue recuperado y su martirio rápidamente lo convirtió en un símbolo de fidelidad y discreción.
DEVOCIÓN

La devoción a San Juan Nepomuceno se ha extendido por todo el mundo católico. Su imagen es común en puentes y ríos, debido a la manera de su martirio. Se le invoca como protector contra las inundaciones y para pedir por la discreción y el buen uso de la palabra. Su festividad se celebra el 16 de mayo.
San Juan Nepomuceno es generalmente representado con un halo de estrellas alrededor de su cabeza, una palma de martirio en una mano y un crucifijo en la otra. Estos elementos simbolizan su martirio, su pureza y su devoción a Cristo. Numerosos milagros se le atribuyen a San Juan Nepomuceno, tanto en vida como después de su muerte. Se dice que, al ser arrojado al río, aparecieron siete estrellas en el agua, simbolizando su santidad.
Fue canonizado por el Papa Benedicto XIII en 1729. En muchas partes de Europa, especialmente en la República Checa, Austria, Alemania y Polonia, se realizan procesiones y celebraciones en su honor. En América Latina, su devoción es notable en países como México y Colombia, donde se celebran misas y procesiones para pedir su intercesión. San Juan Nepomuceno sigue siendo un ejemplo de fidelidad y valentía en la defensa de los principios religiosos, y su vida y martirio continúan inspirando a los fieles en su devoción y prácticas espirituales.

San Juan Nepomuceno tuvo una notable influencia en el Virreinato de la Nueva España, donde su devoción se extendió ampliamente gracias a la labor de los misioneros y a la profunda religiosidad de la población. La llegada de su culto a esta región se enmarca en el contexto de la evangelización y la expansión de las devociones europeas en América Latina durante el periodo colonial. San Juan Nepomuceno tuvo una notable influencia en el Virreinato de la Nueva España, donde su devoción se extendió ampliamente gracias a la labor de los misioneros y a la profunda religiosidad de la población. La llegada de su culto a esta región se enmarca en el contexto de la evangelización y la expansión de las devociones europeas en América Latina durante el periodo colonial.
Otro símbolo importante que se manejó en las representaciones, sobre todo en los confesionarios es la llamada “Lengua de San Juan Nepomuceno”, una de esas representaciones, se encuentra en el confesionario de la capilla del “Pocito” en la Basílica de Guadalupe, y en los tiempos virreinales fue muy usada y difundida por el Jesuita Francisco Xavier Clavijero quién asumió con decisión y sin conflicto su papel de promotor de tres devociones de identidad local, por un prurito de simpatía o inclinación cultural: Nuestra Señora de Guadalupe, patrona del reino; San Francisco Xavier, patrono de las Indias Orientales y Occidentales, y San Juan Nepomuceno, patrono de la Compañía de Jesús y las corporaciones más importantes de las ciudades y obispados de la Nueva España.
Tanta fue la devoción entre las comunidades religiosas y la sociedad virreinal que el padre Juan Antonio de Oviedo, desde 1727, escribió y publicó una larga vida del mártir Nepomuceno, incluso dos años antes de que tuviera lugar su canonización en Roma. Es aún más notable que la obra de este jesuita de la provincia mexicana fuera traducida al italiano y que haya aparecido en Roma un par de años después, en 1729, justo el año de su ascenso a los altares. Más tarde, Oviedo declaró sin ambages la funcionalidad eminentemente defensiva del culto al nuevo santo:
«Ésta bien y asegurada persuasión movió a nuestra mínima Compañía que por especial permisión de su adalid y capitán Jesús, desde que se fundó en el espacio de los siglos, siempre ha sido y es combatida en su crédito y su fama por las malignas lenguas de los herejes, que temen en el afianzado crédito de su santidad y letras, su fatal y mayor ruina; y también por muchos de los católicos, gobernados por la ignorancia o por la envidia, a que en la última Congregación General [en Roma y número 16], de 1731 escogiese a San Juan Nepomuceno como especial patrón y tutelar de su buena fama y nombre, siendo un espejo cristalino, expuesto a que el odio, la envidia o la ambición lo empañen con maligno aliento, era muy conveniente tener un protector y tutelar de superior virtud, que con la sombra de su amparo y patrocinio la defendiese de las impías y venenosas lenguas».

A partir de la exhumación de los restos juaninos en la catedral de San Vito de Praga en 1719 y del significativo prodigio de hallar incorrupta su lengua (que a la vista de todos empezó a palpitar), esta devoción alcanzó a mover la piedad de innumerables fieles y, valga decirlo, fue utilizada a conveniencia de las regiones y grupos de poder. La lengua enrojecida, prodigioso indicador de la guarda del sigilo —y de hecho el milagro necesario para sancionar el proceso—, fue extraída del cuerpo y depositada en una redoma y así quedó expuesta a la veneración en la abadía de Zelena, su región natal, a modo de una reliquia «apotropaica» o para alejar el mal de ojo, atrayendo a infinidad de peregrinos.
La fiesta de su canonización en Praga en octubre de 1729 ha sido considerada la de mayor esplendor barroco en Bohemia y epítome de su patriotismo regional; desde entonces, san Juan hizo pareja simbólica con San Carlos Borromeo, arzobispo de Milán. Así, pues, ambos quedaron proyectados por la iconografía como paradigmas de la «cura Pastoral», siempre en consonancia con la administración capitular —la concordia que debe reinar entre los canónigos y el pastor—, o un modelo de unión y armonía en la conducción del gobierno diocesano.
Este fenómeno de apropiación y contestación religiosa, palpable en las devociones tardobarrocas y aquí tan imantadas por la ideología de los criollos, se manifestó de una forma por demás temprana, expresiva y peculiar, en especial para un virreinato como la Nueva España, necesitado de edificar una identidad precisa y, me atrevo a decir, mediante el uso de imágenes politizadas como demandas, alegatos o representaciones de su sociedad dirigente. El culto nepomuciano también lo propagaron los jesuitas checos llegados al virreinato para misionar en el norte, pero sorprende por el arraigo tan hondo y prolongado que alcanzó en tan dilatado territorio a lo largo de toda esa centuria y buena parte del siglo XIX, más aún por provenir de una región de la Europa del Este tan remota y sin aparentes nexos culturales con nuestras latitudes.

Una de las devociones en la región del centro de México fue en el curato de Tlalnepantla. De acuerdo con las investigaciones en el archivo histórico de la Catedral de Corpus Christi de Tlalnepantla, efectuadas por la Doctora Rebeca López Mora; nos dice que al santo del día se le tenía una especial y muy profunda devoción en la región de Tlalnepantla.
Tras la revisión de documentos del siglo XVIII a raíz de la búsqueda de la devoción al Santo Cristo de las Misericordias, se encontró una solicitud del primer cura de Tlalnepantla, don Antonio de Padilla y Rivadeneyra al Obispo de México, para que concediera las indulgencias a los fieles de ésta Villa qué se encomiendan a las santas imágenes del Señor, de la Santa Verónica, de San Antonio, del señor San José y del señor San Juan Nepomuceno, el cual la concede para obtener los beneficios espirituales necesarios de los fieles de aquel entonces, reconociendo así el gran fervor de los pobladores tlalnepantlenses.
Múltiples retablos y templos fueron levantados en su honor; en el mismo templo de Tlalnepantla, se alzaba un gran retablo y su imagen tomada por milagrosa, en el centro de México existieron muchas obras que representaban al santo, los retablos de la Catedral de México y del templo de Regina Coeli, fueron muy importantes, así mismo los retablos de Santa Prisca en Taxco Guerrero y el que existe en el templo del Colegio Jesuita de Tepotzotlán. La influencia de San Juan Nepomuceno también se reflejó en el arte religioso del periodo colonial. Pinturas, esculturas y retablos dedicados al santo se pueden encontrar en diversas iglesias coloniales, mostrando la importancia de su culto. Los artistas locales adoptaron y adaptaron las iconografías europeas del santo, integrándolas con elementos del arte barroco mexicano.

Un ejemplo significativo de la devoción a San Juan Nepomuceno en la Nueva España es la localidad de San Juan Nepomuceno en el actual estado de Guanajuato, México. Fundada en el periodo colonial, esta comunidad se desarrolló bajo el patrocinio del santo, lo que refleja como su culto se integró en la vida cotidiana y espiritual de la región.
Las festividades en su honor, especialmente el 16 de mayo, incluían misas solemnes, procesiones y actividades comunitarias. Estos eventos servían no solo para venerar al santo, sino también para reforzar los valores de la fe católica y la cohesión social entre los fieles.
San Juan Nepomuceno fue adoptado como patrono de varios pueblos y comunidades. Se le consideraba un intercesor poderoso, particularmente en asuntos relacionados con la confidencialidad y la justicia. La gente acudía a él para pedir protección contra las calumnias y falsos testimonios, así como para la protección de los puentes y ríos, lo que tenía una importancia práctica y simbólica en una región donde los ríos eran vitales para la agricultura y el comercio.
En resumen, San Juan Nepomuceno encontró un lugar destacado en el corazón de los fieles del Virreinato de la Nueva España, gracias a su ejemplar vida y su defensa del secreto de confesión. Su devoción se manifestó en la arquitectura religiosa, el arte y las festividades, dejando una huella duradera en la espiritualidad y cultura de la región.
Publicado en la revista PIEDAD, mayo 14, 2024.
Referencias:
Francisco Xavier Clavijero, Breve noticia de la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe en México, en Ernesto de la Torre y Ramiro Navarro, Documentos históricos guadalupanos, México, Fondo de Cultura Económica, 1982.
Jaime Cuadriello, El padre Clavijero y la lengua de san Juan Nepomuceno, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, 2011. Antonio de Padilla y Rivadeneyra, Libro de gobierno del templo de Corpus Christi de Tlalnepantla, S. XVIII.