El Santo Niño de Santa Rosa

“Oh Rosa, Rosa, si hubieras conocido las mercedes que te hecho y el amor que te tengo, de otra manera me hubieras servido”.

Por: Diego Rodarte

Ciudad de Puebla

Al costado derecho de la entrada del templo de Santa Rosa de Lima, se encuentra un pequeño nicho que resguarda uno de los tesoros más bellos de la ciudad de Puebla, más allá de su valor como pieza de arte sacro, sino por la devoción que despierta en los fieles que lo visitan y lo contemplan por primera vez. Es la imagen del Santo Niño de Santa Rosa, al que sus devotos encomiendan sus necesidades, principalmente la salud de los niños pequeños.

La devoción a esta particular imagen del Niño Jesús tiene su origen en el convento de Recoletas Dominicas de Santa Rosa de Lima, construido en el siglo XVII, y se dice que perteneció a la primera Priora del convento, Madre María Ana Águeda de San Ignacio, quien permaneció en el cargo desde 1741 hasta su muerte en 1756.

Cabe señalar que, en la Edad Media, la escultura del Niño Jesús se convirtió en un elemento que acompañaba a las religiosas en su toma de hábitos, evocando el matrimonio místico con Cristo. El día que la religiosa hacía su profesión para entrar en forma definitiva a la vida monacal, llevaba un Niño Dios que era padre, marido e hijo a la vez. También portaba, para la ceremonia, una vela de cera y un escudo en el pecho que anunciaba sus devociones particulares. Otras llevaban unos ramitos de flores que las hacían parecer novias, por lo que la Madre Águeda de San Ignacio pudo haber recibido la imagen del ahora llamado Niño de Santa Rosa, el día de su profesión religiosa.

Al morir la Priora, la escultura del Niño Jesús queda en posesión de las monjas Dominicas del convento de Santa Rosa, quienes empiezan a profesarle especial devoción, y solían presentarlo a los feligreses durante la fiesta de Santa Rosa de Lima, el 30 de agosto, de ahí que se le diera el nombre de “Santo Niño de Santa Rosa”, en recuerdo a la experiencia mística que tuvo Santa Rosa de Lima con el Niño Jesús.

Cuenta la tradición que un Domingo de Ramos, Santa Rosa se quedó sin palma y desconsolada se dirigió a la capilla del Rosario a rezar y desde el Sagrario, el Niño Jesús le habló: «Rosa de mi corazón, yo te quiero por esposa», y en adelante, Rosa se propuso vivir solo para amar a Jesucristo.

Se dice que la Santa peruana tenía en su casa una preciosa imagen del Divino Niño a la que muchas personas necesitadas de Lima, especialmente enfermos, acudían para verla y recibir de ella consuelo y alivio a sus enfermedades. A la muerte de Santa Rosa, la devoción a la infancia de Jesús se extendió por toda Lima, luego por Perú y a toda Latinoamérica, por lo que no es de extrañarse que esta devoción haya tenido especial arraigo en el convento de Santa Rosa de la ciudad de Puebla, cimentándose en la imagen del Niño Jesús que habían heredado de su primera Priora.

Con la exclaustración de las monjas en 1861, se separa e incomunica la iglesia de Santa Rosa del convento y esta permanece en uso. Durante la invasión francesa, las monjas regresaron a ocupar el convento, pero fueron desalojadas nuevamente durante el mandato de Porfirio Díaz en 1867. Ante esta situación, y gracias a la gran devoción de los fieles hacia el Santo Niño de Santa Rosa, fue que las monjas decidieron que la imagen se quedara en el templo de Santa Rosa de Lima para su veneración.

El culto a la pequeña imagen del Niño de Santa Rosa creció de tal manera que en el año de 1930 se inició la Asociación del Santo Niño para promover su devoción, misma que se perdió en 1990 y se retomó en 2022 por iniciativa del Padre Francisco Aguilar, Rector del templo de Santa Rosa de Lima en la ciudad de Puebla, quien, desde su llegada a la comunidad parroquial, se ha encargado de promover y rescatar la devoción al Santo Niño de Santa Rosa:

“El Divino Niño de Santa Rosa es la visibilización, la materialización de la fe de la comunidad monástica que habitó durante un largo tiempo lo que es el convento de Santa Rosa… la vocación  de este niño, que es el Niño Jesús, es alcanzar la cima  de su mesianismo en la crucifixión y a Santa Rosa le habla desde el Sagrario para pedirle este matrimonio místico, es por eso que en la iconografía podemos ver a la misma Santa Rosa con el Niño Jesús en diversos momentos: caminando, meditando y estudiando… es así como el Santo Niño quiere acompañarnos en distintos momentos de nuestra vida”, comentó el Padre Francisco en entrevista para EL COLOR DE LA FE.

La fiesta original al Santo Niño de Santa Rosa se celebra el 31 de agosto, un día después de la fiesta de Santa Rosa de Lima, pero a la llegada del Padre Francisco, también se empezó a celebrar el 30 de abril, Día del Niño, con el fin de cristianizar el festejo social y reconocer la devoción que existe al Niño de Santa Rosa.

El festejo es muy sencillo, la bendita imagen sale de su nicho y es llevada al presbiterio donde se expone a la veneración de los fieles. En ambas fechas, el 30 de abril y el 31 de agosto, al final de la misa se da la bendición a todos los niños presentes, y en ocasiones se les permite acercarse a besar la imagen del Niño de Santa Rosa.

Como es costumbre, algunos fieles llevan juguetes para agradecer al Santo Niño de Santa Rosa los favores recibidos, entre ellos, la curación de una niña enferma de cáncer y que recuperó la salud al ser encomendada por sus padres al Niño Jesús bajo esta advocación que al contemplarla inspira paz, serenidad, ternura y la inocencia del buen Dios que se encarna por amor a la humanidad.

CUNA DEL MOLE POBLANO

El 9 de mayo de 1954, el Exconvento de Santa Rosa de Lima de Puebla fue declarado monumento nacional y desde 1973 es sede del Museo de Arte Popular Poblano.

El complejo conventual conserva una monumental cocina de tres techos abovedados, revestida por un par de centenares de azulejos de talavera, lo que la hacen una joya arquitectónica de su época. Se dice que este lugar vio nacer el famoso mole poblano.

En torno a este platillo, que tiene su origen en la cocina prehispánica, surgen leyendas de sus creadores, una de ellas refiere que la monja Dominica Andrea de la Asunción, del convento de Santa Rosa, obtuvo la inspiración divina para cocinar el mole y satisfacer el paladar del Virrey Tomás Antonio de Serna que se encontraba de paso por la ciudad y quien se sintió cautivado por tan singular platillo cuyo picor lo invitaba a comer más tortillas.

Cuenta la leyenda que el aroma de los ingredientes que la monja molía en la cocina era tan agradable que, al ver a Sor Andrea en uno de los metates, la madre superiora, rompiendo el voto de silencio que debía guardar, dijo: “Hermana, ¡que bien mole!”, con lo que provocó las risas de las demás hermanas que le corrigieron diciendo: “Se dice: ¡que bien muele!, hermana”. Fue así como cuentan que nació este platillo cuyo nombre surgió por un error de pronunciación.

Lo seguro es que el mole no es producto de una casualidad, sino el resultado de un lento proceso culinario iniciado desde la época prehispánica y perfeccionado en la época virreinal, cuando la cocina mexicana se enriqueció con elementos asiáticos y europeos, además, el mole, en sus diferentes variedades, forma parte de las fiestas religiosas a lo largo y ancho de la República Mexicana.

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